Caliban, una vez más, en la hora de Nuestra América

A partir del tema de reflexión convocado por Arteamérica en su Dossier, Los Estudios Latinoamericanos y Caribeños, el destacado escritor y pensador cubano Roberto Fernández Retamar, Presidente de Casa de las Américas, conversó con nosotros acerca de Caliban y la tradición del pensamiento latinoamericano y caribeño como referente en las actuales luchas de la región.

Roberto Fernández Retamar

Nahela Hechavarría: El desarrollo de un pensamiento autóctono desde el siglo XIX y a lo largo del XX en Latinoamérica se caracterizó por un fuerte trabajo escritural,  cuya actitud revisionista cuestionó el alcance, redefinición y trascendencia de la cultura al sur del Río Bravo. ¿Qué opinión le merece la emergencia de una vanguardia literario-artística y política en las décadas de 1920 y 1930 como momento climático en cuanto a lo que  aportó al pensamiento universal y en lo que lega como herencia cultural al siglo XXI? ¿Cómo Caliban deviene parte de esa herencia? 

Roberto Fernández Retamar: Creo que en nuestra América la emergencia de una vanguardia política, literaria y artística ocurrió sobre todo en la década de 1920. En cuanto a la poesía, se adelantó en la obra del chileno Vicente Huidobro. En la plástica, su mayor realización fue la pintura mural mexicana, consecuencia feliz de la Revolución Mexicana iniciada en 1910. Luís Cardoza y Aragón consideró al muralismo mexicano la gran contribución del arte americano al arte mundial, aunque no dejó de hacerle reparos cuando perdió su fuerza original. Solía decir que los tres grandes muralistas mexicanos eran dos: Orozco. En el caso de Cuba, es en 1923 cuando comienza un movimiento rebelde que ese año encarnaron la Protesta de los Trece, encabezada por Rubén Martínez Villena, y el movimiento de Reforma Universitaria cuya figura más destacada fue Julio Antonio Mella. En 1925,  Mella estuvo entre los fundadores del primer Partido Comunista Cubano. Por esa fecha, músicos como Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla enriquecieron  nuestra música con aportes de raíces africanas. Un importante momento de inflexión  ocurre en 1927, cuando aparece la revista América Libre, dirigida por Martínez Villena, y la revista de  avance, que al principio tuvo a su frente a Juan Marinello, Jorge Mañach, Félix Lizaso, Martín Casanovas y Alejo Carpentier. En ambos casos se trató revistas de vanguardia, en cuanto a lo político en el primer caso, y en cuanto a lo literario y artístico en el segundo. Se ha solido olvidar que ese año apareció otra revista de vanguardia, Atuei. Y también en 1927 tuvo lugar en La Habana la primera  exposición de arte nuevo, con obras de pintores como Víctor Manuel, Carlos Enríquez, Abela y Pogolotti. Sobrepasadas las escaramuzas con frecuencia ingenuas de lo que se llamó el vanguardismo, quedan como aportes notables de aquella insurgencia obras poéticas como las de Nicolás Guillén, Eugenio Florit, Emilio Ballagas o Regino Pedroso (Dulce María Loynaz desarrolló una obra independiente del vanguardismo), y obras narrativas  como las de Alejo Carpentier, Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro. Fuera de Cuba, son consecuencias felices de la vanguardia (a la que algunos impugnaron después) obras literarias diversas, como los del ya mentado Vicente Huidobro, Jorge Luís Borges, Miguel Ángel Asturias, César Vallejo o Pablo Neruda. Lo mejor de tales obras se produjo, en general, en las décadas posteriores a la de 1920. Una excepción  mayor es el libro de Vallejo Trilce, que fue publicado en 1922. Ese mismo año apareció el libro Desolación, de Gabriela Mistral, quien tuvo relaciones originales con la vanguardia, como se vio en su libro Tala, de 1938. Hay que mencionar también creaciones musicales como las de Silvestre Revueltas, Chávez y Ginastera, y plásticas como las de Tamayo, Matta y Lam. 

Políticamente, lo más original de la década de 1920 se produjo bajo la influencia de la Revolución Mexicana de 1910 y la Rusa de 1917. Su figura paradigmática fue el peruano José Carlos Mariátegui. Su revista Amauta y su libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana marcaron profundamente su época, y su reverberación llega hasta nuestros días. Creo que no es errado decir que la Revolución Cubana triunfante en 1959 es la victoriosa continuación de lo mejor del aliento que se hizo sentir en 1920 y había tenido un adelantado mayor en José Martí. Caliban quiso ser parte de esa herencia. De ahí que se remitiera a Martí y se apoyara en pensadores como Mariátegui y Mella. Sean cuales sean sus características, tal ensayo no existiría sin la Revolución Cubana. 

N.H: Que los llamados Estudios Latinoamericanos y Caribeños entrecruzan sus caminos con la crítica literaria y cultural –de la mano, en muchas ocasiones, de escritores y filósofos– es una realidad. A través de Caliban y sus sucesivas revisitaciones a este “concepto-metáfora”, se crea una genealogía en la que convergen figuras como Martí, Rodó, Ortiz, Reyes, Mariátegui, Martínez Estrada, Mella, Fidel, el Che: lo más avanzado e ilustrativo del pensamiento latinoamericano de los siglos XIX y XX, con sus contribuciones y limitantes. ¿Cómo lograr la identificación y el reconocimiento de las jóvenes generaciones y amplias capas de las sociedades latinoamericanas con/de esta herencia intelectual, y evitar se convierta en exclusividad de sectores específicos o quede confinada a círculos académicos? 

R.F.R: La pregunta apunta al hecho capital de que un pensamiento requiere ser asumido por las masas, o de lo contrario queda enjaulado en “sectores específicos” o “círculos académicos”. Por ejemplo, Martí, la figura cultural mayor de nuestra América, logró ser patrimonio de nuestro pueblo: es decir, su obra salió del coto cerrado de los intelectuales para ser asumida por las grandes mayorías. ¿Seremos capaces de que otro tanto ocurra con muchas producciones culturales, o las dejaremos enjauladas en “sectores específicos” y “círculos académicos”? 

N.H: Nuestro país, pese a su constante proyección continental, debería sistematizar el estudio de estos pensadores,  pues, salvo en las carreras de humanidades, no se hace mayor hincapié en esta tradición, y muchas veces se limita a realizar un análisis histórico que no dialoga con el contexto cultural-literario. ¿En qué medida otros medios como la televisión (Telesur a la cabeza) o Internet podrían lograr un mayor impacto social, en lo que se refiere a la transmisión de este ideario?  

R.F.R: Estoy de acuerdo con que en nuestro país debe sistematizarse el estudio de los pensadores citados. Y no sólo de ellos, sino también de las circunstancias en que vivieron. En el propio año 1959 publiqué en el periódico Revolución un artículo llamado “¿Va a enseñarse la historia de la América nuestra”? Sigo creyendo que desde los primeros estudios nuestro pueblo debe familiarizarse con la historia de la América Latina y el Caribe. Por supuesto, otros medios como la televisión e internet pueden y deben contribuir a ello, pero desde la raíz misma deben difundirse nuestra historia continental y los grandes voceros de su pensamiento. 

N.H: Antes de que se denominaran “Estudios Latinoamericanos y Caribeños”, “Crítica Cultural”, “Estudios Culturales”, “Estudios (Post) coloniales o Subalternos”, a ese vasto espectro de preocupantes contemporáneas, y otras relativas a la historia de nuestras naciones, considero que había una voluntad mucho más creativa en los autores, el texto devenía matriz, campo experimental desde el que librar batallas, defender apasionadamente puntos de vista so pena de incomprensiones y detractores. A veces en circunstancias no menos difíciles, como en el caso de Caliban, era apreciable una mayor libertad en el discurso que, pese a su fuerte impronta teórico-estética, no se sentía tan encerrado en sí mismo, tan académico e institucionalizado como en muchos textos actuales. A su modo de ver, ¿estarían respondiendo los Estudios Latinoamericanos y Caribeños –hoy día ya con una tradición un poco más asentada de publicaciones (revistas, libros, coloquios) –, más que a reubicar y alzar la voz de los “condenados de la tierra”, a la necesidad (y posibilidad) de algunos investigadores de insertarse en un espacio de legitimación de relativo éxito y reconocimiento? ¿Cómo se integran estos estudios a la coyuntura político-social que atraviesa actualmente la América Latina con el resurgir de la izquierda como opción gubernativa? ¿Siguen manteniendo su auténtica misión calibanesca? 

R.F.R: Son muchas preguntas, e intentaré responderlas. Comienzo por decir que una acuciosa investigadora cubana me dijo que en mis ensayos yo era preposcolonial. Y es que cuando aparecieron ensayos míos como “Martí en su (tercer) mundo” (1965) o Caliban (1971), aún no estaban formalizados en los países subdesarrollantes los Estudios que usted menciona. Francamente, si tales Estudios no se destinan a dar voz a los “condenados de la tierra”, es inmoral que sus autores pretendan “insertarse en un espacio de legitimación de relativo éxito y reconocimiento”. Dichos  Estudios tienen que integrarse en la coyuntura sociopolítica de la América Latina y el Caribe actuales, que están viendo “el resurgir de la izquierda como opción gubernativa”: sólo así podrán cumplir la auténtica misión que les está encomendada.