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Alfonso Soteno - Árbol de la vida (fragmento) - 1975 (Casa de las Américas) |
Tanto el concepto de pos-colonialismo,
en el cual ha venido enfocándose gran parte del debate académico
en el medio anglosajón desde la década de 1990, como la vasta
teoría elaborada a partir de esa categoría, han tenido hasta ahora
un limitado y polémico impacto en América Latina. Dos razones
fundamentales parecen explicar este fenómeno. En primer lugar, paradójicamente,
podría decirse que es justamente la condición pos-colonial de
las sociedades que emergieron en el que fuera llamado “Nuevo Mundo”
la que ha contribuido a obturar la recepción de análisis y propuestas
teóricas que intentan echar luz, desde los horizontes actuales,
sobre la historia cultural de un continente que se inaugura como
parte del mundo occidental justamente a partir de la depredación
colonialista. Varios siglos de dependencia económica, turbulencia
política y penetración cultural justifican de sobra la desconfianza
que levantan en las regiones periféricas del mundo occidental
paradigmas elaborados en los grandes centros europeos y norteamericanos.
La historia latinoamericana puede leerse, en efecto, como el relato
de innumerables instancias de absorción, resistencia, negociación
y adaptación de modelos epistemológicos que, creados desde y para
otras realidades culturales, casi siempre desconocen la especificidad
y los particularismos de la región: su inalienable diversidad
étnica, cultural, lingüística, económica, su trayectoria marcada
por la violencia del expansionismo imperial, la esclavitud, la
expoliación económica y territorial y el intervencionismo político
transnacionalizado. De esta manera, el postcolonialismo ha sido
visto, en muchas ocasiones, como una nueva forma de “colonización
por la teoría” y, quizá, como la más abarcadora y arrogante encarnación
de los post que marcaron
la reflexión cultural en las postrimerías del siglo XX: pos-ideología,
pos-nacionalismo, pos-modernidad, pos-identidad, pos-historia,
pos-marxismo, conceptos que sirvieron para canalizar, al menos
en algunos de sus usos, el nihilismo que sobrevino a la caída
del socialismo “real” y al subsecuente reforzamiento de las hegemonías,
principalmente la de Estados Unidos de América, en el mundo tardocapitalista,
globalizado y neoliberal. A través de un aporte
colectivo, el presente volumen ensaya una respuesta combinada
a ambos problemas. Los trabajos aquí reunidos intentan sobre todo
abrir un espacio de intercambio teórico en el campo transnacionalizado
y transdisciplinario del latinoamericanismo en torno al tema no
ya de la condición pos-colonial
de América Latina sino de su perpetuada colonialidad.
En este sentido, y dejando de lado la historia misma de la crítica
poscolonial desarrollada en academias
metropolitanas,
[1]
lo primero es definir, como indicara hace ya
tiempo Peter Hulme, el cuándo
del postcolonialismo, es decir, proceder a una acotación histórica
incluyente, que persiga el fenómeno del colonialismo en sus variadas
modalidades geoculturales y en sus diversas manifestaciones históricas.
La exploración de la densidad temporal, pero también del amplio
espectro espacial del colonialismo en Latinoamérica, nos conduce
directamente al análisis de las estructuras de dominación implantadas
por España y Portugal en los territorios de ultramar a partir
de los “descubrimientos,” instancia que es crucial para la comprensión
de los orígenes occidentales de América y de las raíces en las
que se sustenta la colonialidad contemporánea, o sea la continuidad
de estructuras de poder que continúan los procesos de explotación
y subalternización propios de la colonia hasta el presente. El
prefijo pos- señala,
entonces, no la cancelación o superación de las formas de dominación
colonialista –lo que ciertamente resultaría “prematuramente celebratorio” como indicara Anne McClintock–,
[2]
sino las condiciones mismas de existencia económica,
política, social y cultural en sociedades que emergieron de la
experiencia de la conquista y la colonización imperial, y cuya
historia permanece impactada tanto por la violencia del origen
como por la continuidad de sus efectos. En otras palabras, el
pos- implica no después de sino a partir de, entendiendo la implantación del poder colonial como la
instancia inaugural de la colonialidad, como la marca que define
la naturaleza de sociedades que emergieron de la dominación imperial,
e incorporaron en su constitución las huellas de ese origen (latifundio,
racismo, desigualdad social, dependencia económica, marginación
internacional, etc.). El post- de lo post-colonial se referiría
así a las instancias de instauración y continuidad del colonialismo
[3]
así como a las correlativas formas de resistencia
que el colonialismo genera.
[4]
Esta consideración, que no excluye la atención a la
complejidad y variedad intrínseca de América Latina, ni desconoce
la importancia de factores diversos que la contemporaneidad incorpora
en la historia de la región y de sus numerosas sub-regiones, intenta
caracterizar una matriz histórica, una estructura sistémica sobre
la cual se inscriben las transformaciones económicas, sociales
y políticas de La diferencia
americana a la que aquí se alude no constituye un reclamo
de excepcionalismo, sino que parte del reconocimiento del lugar
específico que ocupó en la historia mundial la conquista de América,
y de las condiciones peculiares que caracterizaron su colonización
primero y, en siglos sucesivos, las instancias de su aún inacabada
emancipación. Como es sabido, los cambios que suceden a la colonización
de territorios americanos por parte de España y Portugal a partir
del siglo XVI promueven el surgimiento mismo de la modernidad
dentro de la cual la dominación colonial se legitima como la estrategia
necesaria para la imposición del modelo
civilizatorio definido a partir de ideales europeos. De hecho,
el eurocentrismo nace como una realidad conceptual
y política en este contexto –y no, como con frecuencia se afirma,
durante Con
estas salvedades, la teoría poscolonial se perfila como un instrumental
valioso para el estudio de la heterogénea materialidad latinoamericana:
las luchas emancipatorias que marcan la trayectoria histórica
a nivel continental, los procesos de resistencia cultural y política,
los cambios que se registran a través de la historia en la definición
del sujeto social y su vinculación con las instituciones, las
modificaciones que sufre la organización nacional, la concepción
de las identidades colectivas, el trabajo de la memoria, y la
acción de agentes y proyectos que subvierten el “orden” dominante
y elaboran estrategias de preservación, fortalecimiento y liberación
de los imaginarios. Desde la resistencia indígena a la penetración
imperial en la colonia hasta los levantamientos campesinos en
todas las etapas posteriores, de las guerras de independencia
a los movimientos sociales en el siglo XX y lo que va del XXI,
desde la “ideología del progreso” hasta los escenarios del neoliberalismo,
el sujeto social latinoamericano
—mencionado con frecuencia en trabajos académicos, a través de
esta denominación en gran medida esencializadora y generalizante—
ha ido definiéndose justamente en la elaboración del particularismo,
no como identidad sólida sino como posicionalidad fluida, articulada
a las distintas coyunturas de poder y de lucha que han ido presentándose.
Sólo es posible, entonces, hablar de ese sujeto si se considera,
prioritariamente, su carácter múltiple –su multiplicidad étnica,
social y cultural, económica, religiosa, de género, ideológica–
la cual le ha permitido elaborar estrategias de auto-reconocimiento
y movilización ante las estructuras del poder dominante y de las
narrativas que han sido utilizadas para domesticar su ethos. Los
trabajos que se ofrecen en este volumen se agrupan en cuatro apartados.
El primero de ellos, titulado (Pos)colonialismo y cultura en América Latina: alcances teóricos incluye
cinco estudios en los que se presentan las bases principales del
debate poscolonial.
[5]
En ellos se establecen algunas de las líneas genealógicas
que llegan hasta los debates actuales, principalmente sus interrelaciones
con la teoría de la dependencia, el marxismo y la teología de
la liberación. En su
contribución de apertura al volumen, Peter Hulme deja en claro
que la noción de poscolonialidad no alude, en su opinión, a la
cancelación de las prácticas colonialistas, sino que abarca diversas
instancias en el proceso inacabado de emancipación del conocimiento.
Fijando su reflexión en el Caribe, el crítico inglés se refiere
al tema de la raza y de la mestización y al poder de la resistencia
tal como lo elaboran Aimé Cesaire, Franz Fanon, George Lamming,
Edouard Glissant y Roberto Fernández Retamar, entre otros, como
bases para la creación de un pensamiento descolonizado que pueda
enfrentar las nuevas formas de colonialidad que sobreviven hasta
la época actual. Santiago Castro Gómez analiza los aportes de
una serie de intelectuales latinoamericanos (Edmundo O’Gorman,
Leopoldo Zea, Pablo González Casanova, José Carlos Mariátegui,
Darcy Ribeiro, entre otros) a lo que llama “la destrucción del
mito de la modernidad” y a la articulación de un pensamiento propiamente
latinoamericano que llene los vacíos de teorías que, como el marxismo,
no pudieron prever los procesos que caracterizan la forma específica
de colonialidad latinoamericana. En abierto diálogo con los trabajos
de Enrique Dussel, Walter Mignolo, Aníbal Quijano y otros representantes
de los enfoques, Castro Gómez confronta muchas de las ideas de
intelectuales que trabajan en el campo del latinoamericanismo
con las teorías de Edward Said, Emmanuel Wallerstein y otros pensadores
contemporáneos para analizar los contribuciones y limitaciones
del discurso poscolonial, sus condiciones de existencia y desarrollo
desde distintas coordenadas geo-culturales, y los alcances del
conocimiento central en los más intrincados registros de la periférica.
En una línea similar aunque no necesariamente coincidente con
la de Castro Gómez, Enrique Dussel emprende también el análisis
de movimientos críticos que surgieron, en América Latina, de una
conciencia y una elaboración de la regionalidad,
posición desde la que
se socavan las bases de la utopía modernizadora sustituyéndola
por una comprensión más clara y material
del lugar ocupado por América Latina en un mundo dominado
por los valores emanados de los grandes centros del capitalismo
internacional. Remontándose a Ginés de Sepúlveda como “uno de
los primeros grandes ideólogos del occidentalismo” Dussel insiste
en la necesidad de localizar
el pensamiento reconociendo las falacias del relato hegeliano
y admitiendo que los actores sociales de la periferia necesitan
algo más que micro-relatos fragmentarios que recojan su historia
y sus proyectos. Dussel ve en El segundo apartado, Relatos,
fracturas, resistencias, continúa con el tema de las narrativas
del colonialismo y de los diversos imaginarios que se articulan
en torno al enfrentamiento de culturas y a la elaboración de la
alteridad. Gordon Brotherston se resiste a la idea de que la colonización
pertenece al pasado y afirma la efectividad de otros conceptos
tales como los de transculturación, antropofagia, nepantlismo,
y zona de contacto que remiten de manera más ajustada a la complejidad
de los encuentros interculturales y a los empréstitos que se producen
entre distintos sistemas de conocimiento. Su foco está definido
en torno a epistemologías alternativas que escapan a los modelos
impuestos por la colonización española, y cuyo registro desafía
los paradigmas interpretativos de la hermenéutica occidentalista.
Analiza el Codex Mexicanus
y Etnicidad,
modernidad y globalización agrupa
tres reflexiones que se aplican a los casos de Perú, Guatemala
y Ecuador, pero que en sus derivaciones teóricas informan sobre
una serie de aproximaciones nuevas al problema de la raza y de
la relación cultural interétnica. Aníbal Quijano propone la colonialidad histórica y estructural del Estado-nación
latinoamericano, el cual prolongó e intensificó la explotación
colonial así como la racialización que justificaba la desigualdad
fundacional del orden político y económico con el que se inaugura
en América Latina la vida independiente. Asimismo explica cómo
dicha desigualdad fue naturalizada (para justificar la explotación
de grandes sectores sociales) y cómo, desde un comienzo y durante
dos siglos, los valores políticos de la democracia liberal insistentemente
proclamados en las constituciones y discursos políticos hicieron
parte de una constelación jurídica completamente opuesta al excluyente
sistema de ciudadanía. El llamado “problema indígena” es “coetáneo con la fundación de las repúblicas
ibero-americanas.” El moderno estado-nación reanudó el colonialismo
al institucionalizar el poder hegemónico de las élites, representar
sus intereses económicos y justificar la servidumbre y explotación
del trabajo con el argumento de la inferioridad racial. La solución
real y definitiva de dicho “problema” –que era y sigue siendo
la destrucción y subversión completa del patrón de poder– fue
mediante falsas soluciones ya genocidas (inmigración europea,
campañas de exterminio), ya sincretistas (mestizaje, educación,
occidentalización). El “problema indígena” se constituyó así en
la cuestión pendiente e irresuelta de la historia política latinoamericana.
En medio de renovadas olas globales y locales de explotación y
desposesión, los llamados “movimientos indígenas” buscan resolver
hoy, mediante una activa y a veces radical acción política, esta
“cuestión pendiente.” Sara Castro Klaren releyendo a Aníbal Quijano y a José Carlos Mariátegui insiste precisamente en la colonialidad que
define el “problema del Indio” el cual, como señalara Mariátegui,
no está representado por el indio ni por su supuesta inferioridad
racial, sino por la gestión del Estado criollo y colonial y por
el régimen de desposesión y explotación del trabajo que el Estado
sanciona y ampara. En el Perú de los años veinte, y con las herramientas
epistemológicas disponibles en su tiempo –Gramsci, Marx, Schopenhauer,
Nietzsche, el Inca Garcilaso de Mario Roberto Morales
reconstruye las vinculaciones entre teoría poscolonial, occidentalismo
y campo latinoamericanista enfatizando la importancia del mestizaje
en la construcción de subjetividades, contrastando el particularismo
de América Latina con la cualidad universalista de la modernidad.
Su artículo incluye una fuerte crítica al multiculturalismo, al
neoliberalismo y a las políticas identitarias, así como a las
posiciones subalternistas que esencializan la posición del otro. Viendo la modernidad como constitutiva de la sociedad y la cultura
de América Latina, Morales propone la exploración de formas posibles
de apropiar la modernidad de un modo productivo y adaptado a las
necesidades regionales. Catherine
Walsh, coincidiendo con varias de las posiciones expresadas en
este libro por otros autores, analiza la validez de diversas localizaciones
enunciativas y sobre todo el lugar discursivo de quienes ejercen
el pensamiento crítico desde espacios marcados por la experiencia
de la colonialidad. Su estudio enfoca principalmente los cambios
producidos en Ecuador a partir de los movimientos indígenas, particularmente
en cuanto a los procesos de resignificación de conceptos como
democracia, gobierno y Estado. La transformación de subjetividades
indígenas y mestizas es un elemento fundamental, según Walsh,
para la construcción de un Estado plurinacional y para la fundación
de una nueva democracia –anti-colonialista, anti-capitalista,
anti-imperialista y anti-segregacionista– en la región andina.
Cerrando
esta sección, Arturo Arias estudia el fenómeno de la identidad
maya de cara a los efectos de la globalización en Guatemala. El
protagonismo maya, activado a partir de las luchas sociales que
tuvieron lugar en Centroamérica en los años 70 y coronado por
el papel icónico de Rigoberta Menchú, que exporta hacia otras
latitudes la radicalidad de la lucha indígena, vincula la cuestión
del conflicto étnico con los discursos y las prácticas de la globalidad.
“Mayismo” y “ladinismo” aparecen como polos de un antagonismo
social que se vincula problemáticamente con la ideología del multiculturalismo
y la del mestizaje, incorporando a las negociaciones identitarias
tensiones que remiten a la relación entre localismo y universalidad
en el interior de la “aldea global.” Arias denuncia los discursos
que emergen de la que llama “hegemonía ladina”, y descree de la
posibilidad de democratizar a la nación sin destruir estructuras
de poder donde a la desigualdad social se suma el racismo ancestral
producto del colonialismo. El artículo se refiere, asimismo, a
la colonización del conocimiento, y a la necesidad de elaborar
paradigmas de reflexión social que tomen en cuenta las necesidades
de los sectores sociales subalternizados por el poder político
y económico dominante a nivel nacional, evitando binarismos unidireccionales
que desmerezcan el valor y el sentido de lo local. En la
sección final del libro se debate, bajo el título de Género
y frontera la inscripción del género sexual y particularmente
la posición de la mujer dentro de los debates latinoamericanistas.
Nelly Richard advierte sobre la desconfianza que ciertos sectores
de la crítica feminista desarrollan con respecto a la teoría,
a la que consideran un discurso autoritario –logocéntrico, falocéntrico–
que oscurece las relaciones entre pensamiento, cuerpo, deseo y
subjetividad, relaciones que Richard resume en la ecuación experiencia
/ discurso. Su trabajo se orienta justamente hacia la dilucidación
de los efectos que tiene esa oposición en la conceptualización
de lo femenino dentro del amplio espacio del latinoamericanismo,
refiriéndose en particular al “mercado de las identidades” y a
las estrategias representacionales que éste moviliza para las
operaciones de (auto)reconocimiento e identificación social. El
artículo estudia los modos en que cuerpo, naturaleza, experiencia,
son utilizados como ideologemas que relegan lo femenino-latinoamericano
a los márgenes del pensamiento crítico, a la “empiria del dato”
que minimiza y/o descalifica las otras dimensiones del sujeto.
Richard alerta contra los peligros de representaciones homogeneizantes
y esencializadoras, instando más bien a la desestabilización de
conceptos binarios y al surgimiento de un feminismo que elabore
las diferencias, o sea las múltiples combinaciones que pluralizan
la condición del sujeto, descentrando las categorías que buscan
fijarlo para ejercer más efectivamente el control sobre éste.
De un modo más afincado en textos concretos, Nagy-Zekmi y Hernández
Castillo trabajan la noción de frontera como demarcación y al
mismo tiempo como zona de intercambios y resignificaciones culturales.
La primera, analiza orientaciones que desestabilizan la relación
tradicional entre nación y cultura (Gloria Anzaldúa, Norma Alarcón,
José David Saldívar, entre otros) proponiendo el estudio de subjetividades
híbridas en las que se combinan elementos de América Latina y
Norte América, dando lugar al surgimiento de identidades transnacionales.
Hernández Castillo, por su parte, examina también identidades
fronterizas, valorando las contribuciones que han hecho los feminismos
postcoloniales a los que se desarrollan en Latinoamérica, reconociendo
la necesidad de insertar las luchas específicas en los escenarios
globales afectados por la dominación capitalista. En su
conjunto, el libro que aquí se presenta aporta a los estudios
latinoamericanos la perspectiva innovadora de posiciones teóricas
orientadas hacia la posibilidad de imaginar un pensamiento emancipador
desde el cual percibir la colonialidad como un amplio espacio
de conflictividad social, pero también de resistencia y de creatividad
liberadora. En cada uno de los ensayos de este volumen se juega
una crítica del presente. El lector notará que, persistentemente,
los investigadores que colaboran en este volumen ponen en tela
de juicio la sugerencia de una clausura histórica de la dominación
colonialista, refiriéndose más bien a las nuevas formas que asume
la hegemonía transnacionalizada del gran capital, y las formas
también transfronterizas con que se manifiesta la lucha popular
en sus múltiples expresiones sociales, culturales y políticas.
A pesar del énfasis que coloca este libro sobre la experiencia
histórica de la dominación imperial en las sociedades del “Nuevo
Mundo” y sobre la prolongación de las estructuras colonialistas
hasta nuestros días, resulta obvio que América Latina no puede
ser conceptualizada como mero residuo del colonialismo, sino como
un espacio en el que se combinan aportes culturales del más variado
origen, y en cuyo interior coexisten, en inestable equilibrio,
una multiplicidad de proyectos, actores sociales y legados que
remiten a modernidades otras
y a momentos anteriores en el proceso de mundialización, en los
que América Latina debió articularse a través de modulaciones
diversas en el sistema-mundo en el que siempre ocupó un lugar
periférico. La teoría poscolonial y las aplicaciones heterodoxas
que pueden realizarse para el caso de América Latina entregan
una serie de herramientas al lector interesado en desmontar la
máquina de la modernidad para percibir los secretos de su funcionamiento,
sus fracturas internas, y la perversidad de muchos de sus usos.
Quizá el principal mérito de estas propuestas radique en la apertura
de los programas que caracterizaron, hasta hace pocas décadas,
el dominio de los distintos campos académicos (antropología, historia,
crítica literaria y cultural, ciencias sociales), que existieron
durante mucho tiempo como cotos cerrados definidos por metodologías
pensadas para momentos anteriores del desarrollo del latinoamericanismo
y de la historia misma de América Latina. La aproximación comparatista
y transdisciplinaria que informa los ensayos reunidos en este
libro, igual que las operaciones que conectan de modo productivo
teoría y praxis, política y cultura, permiten percibir horizontes
diversos y conexiones inéditas en el material analizado, impulsando
a ensayar otras respuestas y, sobre todo, a formular nuevas preguntas
desde las que enfocar, a nueva luz, la problemática de nuestro
campo de estudio. Esta es, probablemente, la apuesta principal
de este libro, pensado como herramienta quizá provisional pero
ojalá oportuna para abrir el debate, entrecruzando campos y agendas
académicas.
* Este texto introduce el volumen Colonialidad
y Crítica en América Latina. Bases para un debate
compilado por Carlos A. Jáuregui y Mabel Moraña, eds, Puebla,
MX: Universidad de las Americas, Serie Pensamiento Latinoamericano,
2007.
[1]
Ella Shoat se pregunta “Cuándo exactamente
lo post-colonial comienza?" en “Notes on the Post-Colonial,” Social Text, núm. 31/32, 1992, p. 103; el historiador Arif Dirlik, llamando la atención sobre
el papel del intelectual en el asunto, responde: “Cuando los
intelectuales del tercer mundo llegan a la academia del primero”
en “The Post-colonial Aura: Third World Criticism
in the Age of Global Capitalism.” Critical Inquiry 20, 1994, p. 329.
[2]
Ann McClintock: “The Angel of Progress:
Pitfalls of the Term ‛Postcolonialism’”, Social Text, núm. 31/32, 1992, p. 88.
[3]
Esta temporalidad del post- recoge
la clásica definición de Bill Ashcroft, Gareth Griffiths and
Helen Tiffin: “Usamos el término post-colonial, sin embargo,
para cubrir toda cultura afectada por un proceso imperial, desde
el momento de colonización hasta el presente”, en
“General Introduction.” B. The
Post-Colonial Studies Reader. Ashcroft, G. Griffiths, and
H. Tiffin, eds. London: Routledge, 1995, p. 2.
[4]
Stephen Slemon afirma que no es el período histórico de la post-independencia de antiguas
colonias lo que define lo post-colonial, sino el discurso anti-colonial
en la cultura, la resistencia al imperialismo que “comienza
en el momento en que el poder colonial se inscribe en el cuerpo
y especio de sus Otros y que continúa como una tradición a veces
oculta en el teatro contemporáneo de las relaciones internacionales
neo-coloniales”, en “Modernism's
Last Post”, In Past the
Last Post, Ian Adam and Helen Tiffin, eds., Harvester Wheatsheaf:
[5]
El debate sobre la pertinencia o im-pertinencia de la teoría
poscolonial para América Latina corresponde una serie de artículos
publicados en 1991 en respuesta a “Colonial and Postcolonial
Discourse,” una reseña que Patricia Seed hizo de cinco libros
entre los que se contaban Colonial Encounters: Europe and the Native
Caribbean de Peter Hulme (1986), Discursos
narrativos de la conquista: mitificacion y emergencia de
Beatriz Pastor (1988), Unfinished
Conversations: Mayas and Foreigners Between Two Wars de
Paul Sullivan (1991). Participaron en dicho debate Patricia Seed (“Colonial and Postcolonial
Discourse”), Walter Mignolo (“ ‘Colonial and Postcolonial
Discourse’ Cultural Critique or Academic Colonialism?), José
Jorge Klor de Alva (“Colonialism and Postcolonialism as (Latin)
American Mirages”),
Rolena Adorno (“Reconsidering Colonial Discourse for
Sixteenth and Seventeenth-century Spanish America”), Hernán
Vidal (“The Concept of Colonial and Postcolonial Discourse:
A Perspective from Literary Criticism. Response to Patricia
Seed”) y Patricia Seed (“More Colonial and Postcolonial Discourses
(Response to previous three responses”). Para una revisión de este debate en relación con el
debate actual ver “Coloniality and its Replicants.”, Introducción a Coloniality at Large. |
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