Colonialidad y crítica en América Latina. Bases para un debate

MABEL MORAÑA y CARLOS JÁUREGUI


Alfonso Soteno - Árbol de la vida (fragmento) - 1975 (Casa de las Américas)

 

Introducción*

Tanto el concepto de pos-colonialismo, en el cual ha venido enfocándose gran parte del debate académico en el medio anglosajón desde la década de 1990, como la vasta teoría elaborada a partir de esa categoría, han tenido hasta ahora un limitado y polémico impacto en América Latina. Dos razones fundamentales parecen explicar este fenómeno.  

En primer lugar, paradójicamente, podría decirse que es justamente la condición pos-colonial de las sociedades que emergieron en el que fuera llamado “Nuevo Mundo” la que ha contribuido a obturar la recepción de análisis y propuestas teóricas que intentan echar luz, desde los horizontes actuales, sobre la historia cultural de un continente que se inaugura como parte del mundo occidental justamente a partir de la depredación colonialista. Varios siglos de dependencia económica, turbulencia política y penetración cultural justifican de sobra la desconfianza que levantan en las regiones periféricas del mundo occidental paradigmas elaborados en los grandes centros europeos y norteamericanos. La historia latinoamericana puede leerse, en efecto, como el relato de innumerables instancias de absorción, resistencia, negociación y adaptación de modelos epistemológicos que, creados desde y para otras realidades culturales, casi siempre desconocen la especificidad y los particularismos de la región: su inalienable diversidad étnica, cultural, lingüística, económica, su trayectoria marcada por la violencia del expansionismo imperial, la esclavitud, la expoliación económica y territorial y el intervencionismo político transnacionalizado. De esta manera, el postcolonialismo ha sido visto, en muchas ocasiones, como una nueva forma de “colonización por la teoría” y, quizá, como la más abarcadora y arrogante encarnación de los post que marcaron la reflexión cultural en las postrimerías del siglo XX: pos-ideología, pos-nacionalismo, pos-modernidad, pos-identidad, pos-historia, pos-marxismo, conceptos que sirvieron para canalizar, al menos en algunos de sus usos, el nihilismo que sobrevino a la caída del socialismo “real” y al subsecuente reforzamiento de las hegemonías, principalmente la de Estados Unidos de América, en el mundo tardocapitalista, globalizado y neoliberal.

En segundo lugar, la resistencia a la teoría poscolonial respondió asimismo, en gran medida, a la marginación sistemática de que fuera objeto América Latina en los numerosísimos estudios que nutrieron durante décadas este campo de estudio. En su casi totalidad, los mismos definieron su foco en torno a los colonialismos modernos –los llevados a cabo en el Oriente Medio, así como los procesos de descolonización de África e India después de la segunda posguerra– dejando fuera de consideración tanto la mucho más antigua historia colonial del “Nuevo Mundo” como los no menos devastadores efectos del imperialismo moderno, principalmente el de Estados Unidos durante el siglo XX. Esta restringida aplicación de la sofisticada teoría postcolonial a determinadas regiones y períodos con desmedro de otros debilita el debate, dejando al descubierto los puntos ciegos de una elaboración que reproduce muchos de los fenómenos de exclusión que critica. 

A través de un aporte colectivo, el presente volumen ensaya una respuesta combinada a ambos problemas. Los trabajos aquí reunidos intentan sobre todo abrir un espacio de intercambio teórico en el campo transnacionalizado y transdisciplinario del latinoamericanismo en torno al tema no ya de la condición pos-colonial de América Latina sino de su perpetuada colonialidad. En este sentido, y dejando de lado la historia misma de la crítica poscolonial desarrollada en   academias metropolitanas, [1]   lo primero es definir, como indicara hace ya tiempo Peter Hulme, el cuándo del postcolonialismo, es decir, proceder a una acotación histórica incluyente, que persiga el fenómeno del colonialismo en sus variadas modalidades geoculturales y en sus diversas manifestaciones históricas. La exploración de la densidad temporal, pero también del amplio espectro espacial del colonialismo en Latinoamérica, nos conduce directamente al análisis de las estructuras de dominación implantadas por España y Portugal en los territorios de ultramar a partir de los “descubrimientos,” instancia que es crucial para la comprensión de los orígenes occidentales de América y de las raíces en las que se sustenta la colonialidad contemporánea, o sea la continuidad de estructuras de poder que continúan los procesos de explotación y subalternización propios de la colonia hasta el presente. El prefijo pos- señala, entonces, no la cancelación o superación de las formas de dominación colonialista –lo que ciertamente resultaría “prematuramente celebratorio” como indicara Anne McClintock–, [2] sino las condiciones mismas de existencia económica, política, social y cultural en sociedades que emergieron de la experiencia de la conquista y la colonización imperial, y cuya historia permanece impactada tanto por la violencia del origen como por la continuidad de sus efectos. En otras palabras, el pos- implica no después de sino a partir de, entendiendo la implantación del poder colonial como la instancia inaugural de la colonialidad, como la marca que define la naturaleza de sociedades que emergieron de la dominación imperial, e incorporaron en su constitución las huellas de ese origen (latifundio, racismo, desigualdad social, dependencia económica, marginación internacional, etc.). El post- de lo post-colonial se referiría así a las instancias de instauración  y continuidad del colonialismo [3] así como a las correlativas formas de resistencia que el colonialismo genera. [4] Esta consideración, que no excluye la atención a la complejidad y variedad intrínseca de América Latina, ni desconoce la importancia de factores diversos que la contemporaneidad incorpora en la historia de la región y de sus numerosas sub-regiones, intenta caracterizar una matriz histórica, una estructura sistémica sobre la cual se inscriben las transformaciones económicas, sociales y políticas de la Conquista a nuestros días. Este libro constituye, entonces, un esfuerzo por desafiar la centralidad de la teoría poscolonial introduciendo en ella la diferencia americana como variable ineludible para el estudio del colonialismo y la colonialidad, en todas sus manifestaciones históricas y culturales.

La diferencia americana a la que aquí se alude no constituye un reclamo de excepcionalismo, sino que parte del reconocimiento del lugar específico que ocupó en la historia mundial la conquista de América, y de las condiciones peculiares que caracterizaron su colonización primero y, en siglos sucesivos, las instancias de su aún inacabada emancipación. Como es sabido, los cambios que suceden a la colonización de territorios americanos por parte de España y Portugal a partir del siglo XVI promueven el surgimiento mismo de la modernidad dentro de la cual la dominación colonial se legitima como la estrategia necesaria para la imposición del modelo civilizatorio definido a partir de ideales europeos. De hecho, el eurocentrismo nace como una realidad conceptual y política en este contexto –y no, como con frecuencia se afirma, durante la Ilustración– prolongándose luego como uno de los paradigmas dominantes todo a lo largo de la historia latinoamericana. De entonces a hoy, la “clasificación social” a que se refiere Aníbal Quijano naturalizaría la dominación de unas razas por otras y la noción misma de raza, como clave (epistemológica, política, cultural) para la explotación colonialista y la reproducción del capital, con la consecuente distribución del mundo (y del propio espacio nacional) en áreas “civilizadas y bárbaras,” “centrales y periféricas,” “desarrolladas y subdesarrolladas,” para utilizar aquí esquemas binarios en gran medida ya superados pero aún ilustrativos de los antagonismos que emergieron con la conquista y expoliación territorial que inaugura los escenarios coloniales de este lado del Atlántico. El impacto planetario de la colonización de las Américas a nivel económico, político, social y cultural, no puede ser minimizado, como tampoco los efectos que tuvo sobre los pueblos aborígenes la sobre-imposición de epistemologías que sometieron los imaginarios no europeos a las categorías dominantes, relegando a las culturas transoceánicas a una existencia “fuera de la historia.”

Con estas salvedades, la teoría poscolonial se perfila como un instrumental valioso para el estudio de la heterogénea materialidad latinoamericana: las luchas emancipatorias que marcan la trayectoria histórica a nivel continental, los procesos de resistencia cultural y política, los cambios que se registran a través de la historia en la definición del sujeto social y su vinculación con las instituciones, las modificaciones que sufre la organización nacional, la concepción de las identidades colectivas, el trabajo de la memoria, y la acción de agentes y proyectos que subvierten el “orden” dominante y elaboran estrategias de preservación, fortalecimiento y liberación de los imaginarios. Desde la resistencia indígena a la penetración imperial en la colonia hasta los levantamientos campesinos en todas las etapas posteriores, de las guerras de independencia a los movimientos sociales en el siglo XX y lo que va del XXI, desde la “ideología del progreso” hasta los escenarios del neoliberalismo, el sujeto social latinoamericano —mencionado con frecuencia en trabajos académicos, a través de esta denominación en gran medida esencializadora y generalizante— ha ido definiéndose justamente en la elaboración del particularismo, no como identidad sólida sino como posicionalidad fluida, articulada a las distintas coyunturas de poder y de lucha que han ido presentándose. Sólo es posible, entonces, hablar de ese sujeto si se considera, prioritariamente, su carácter múltiple –su multiplicidad étnica, social y cultural, económica, religiosa, de género, ideológica– la cual le ha permitido elaborar estrategias de auto-reconocimiento y movilización ante las estructuras del poder dominante y de las narrativas que han sido utilizadas para domesticar su ethos.

Los trabajos que se ofrecen en este volumen se agrupan en cuatro apartados. El primero de ellos, titulado (Pos)colonialismo y cultura en América Latina: alcances teóricos incluye cinco estudios en los que se presentan las bases principales del debate poscolonial. [5] En ellos se establecen algunas de las líneas genealógicas que llegan hasta los debates actuales, principalmente sus interrelaciones con la teoría de la dependencia, el marxismo y la teología de la liberación.

En su contribución de apertura al volumen, Peter Hulme deja en claro que la noción de poscolonialidad no alude, en su opinión, a la cancelación de las prácticas colonialistas, sino que abarca diversas instancias en el proceso inacabado de emancipación del conocimiento. Fijando su reflexión en el Caribe, el crítico inglés se refiere al tema de la raza y de la mestización y al poder de la resistencia tal como lo elaboran Aimé Cesaire, Franz Fanon, George Lamming, Edouard Glissant y Roberto Fernández Retamar, entre otros, como bases para la creación de un pensamiento descolonizado que pueda enfrentar las nuevas formas de colonialidad que sobreviven hasta la época actual. Santiago Castro Gómez analiza los aportes de una serie de intelectuales latinoamericanos (Edmundo O’Gorman, Leopoldo Zea, Pablo González Casanova, José Carlos Mariátegui, Darcy Ribeiro, entre otros) a lo que llama “la destrucción del mito de la modernidad” y a la articulación de un pensamiento propiamente latinoamericano que llene los vacíos de teorías que, como el marxismo, no pudieron prever los procesos que caracterizan la forma específica de colonialidad latinoamericana. En abierto diálogo con los trabajos de Enrique Dussel, Walter Mignolo, Aníbal Quijano y otros representantes de los enfoques, Castro Gómez confronta muchas de las ideas de intelectuales que trabajan en el campo del latinoamericanismo con las teorías de Edward Said, Emmanuel Wallerstein y otros pensadores contemporáneos para analizar los contribuciones y limitaciones del discurso poscolonial, sus condiciones de existencia y desarrollo desde distintas coordenadas geo-culturales, y los alcances del conocimiento central en los más intrincados registros de la periférica. En una línea similar aunque no necesariamente coincidente con la de Castro Gómez, Enrique Dussel emprende también el análisis de movimientos críticos que surgieron, en América Latina, de una conciencia y una elaboración de la regionalidad, posición desde la que se socavan las bases de la utopía modernizadora sustituyéndola por una comprensión más clara y material del lugar ocupado por América Latina en un mundo dominado por los valores emanados de los grandes centros del capitalismo internacional. Remontándose a Ginés de Sepúlveda como “uno de los primeros grandes ideólogos del occidentalismo” Dussel insiste en la necesidad de localizar el pensamiento reconociendo las falacias del relato hegeliano y admitiendo que los actores sociales de la periferia necesitan algo más que micro-relatos fragmentarios que recojan su historia y sus proyectos. Dussel ve en la Filosofía de la Liberación un intento profundo, global y programático de fundar una reflexión crítica consciente de su localización histórica que tienda a promover una transmodernidad des-centrada y atenta a las necesidades de la periferia. Eduardo Mendieta se refiere también al pensamiento filosófico que aparece, en tiempos actuales, fuertemente ligado a las mega-ciudades, constituidas en “el espacio de la teoría.” Analiza diversos tipos de discurso que diseñan el mapa de la posmodernidad, preguntándose qué imaginarios invocan esos relatos, y qué proyectos políticos sancionan los posicionamientos filosóficos. Su interrogación sobre el sujeto que piensa y sobre los loci epistemológicos que ocupa es particularmente fértil en el análisis de las teorías de la modernidad, para la conceptualización de las estructuras institucionales que la sustentan. Mendieta insiste en la importancia de una filosofía de la alteridad para el desmontaje de los discursos tanto occidentalista como orientalista y para una crítica efectiva de la razón occidental que pueda rescatar el valor de la hibridez y de la alteridad que caracteriza los escenarios actuales en América Latina. También dentro de una metodología comparatista, Amaryll Chanady estudia la diferencia cultural vis a vis los efectos homogeneizantes de la teoría poscolonial, que crea una dinámica estereotipada entre centro y periferia. Chanady elabora el tópico del excepcionalismo latinoamericano que aparece también en otros trabajos, relacionándolo con los conceptos de ambivalencia, transculturación y realismo mágico. 

El segundo apartado, Relatos, fracturas, resistencias, continúa con el tema de las narrativas del colonialismo y de los diversos imaginarios que se articulan en torno al enfrentamiento de culturas y a la elaboración de la alteridad. Gordon Brotherston se resiste a la idea de que la colonización pertenece al pasado y afirma la efectividad de otros conceptos tales como los de transculturación, antropofagia, nepantlismo, y zona de contacto que remiten de manera más ajustada a la complejidad de los encuentros interculturales y a los empréstitos que se producen entre distintos sistemas de conocimiento. Su foco está definido en torno a epistemologías alternativas que escapan a los modelos impuestos por la colonización española, y cuyo registro desafía los paradigmas interpretativos de la hermenéutica occidentalista. Analiza el Codex Mexicanus y la Piedra de sol Azteca como artefactos que resisten renovadas formas de colonización intelectual y que remiten a formas otras de conocimiento y comprensión del mundo. Por su parte, David Solodkow provee un análisis de los múltiples relatos del segundo viaje de Cristóbal Colón a través del cual intenta adentrarse en la problemática de la “historia oficial” y en las representaciones de la diferencia americana desde variadas posiciones discursivas. Solokov recorre, así, el tema de la relación margen/ periferia, el problema de la copia y el de la traducción, y la cuestión de las genealogías discursivas que crean líneas de lectura, “estructuras deseantes” a través de las cuales habla no sólo el texto sino los imaginarios y las pulsiones de receptores múltiples. Finalmente, mediante la indagación de un relato gótico-colonial sobre crímenes, desmembramiento de cuerpos humanos, canibalismo, vudú, polución racial e intenso terror, Carlos Jáuregui examina la historia múltiple de un asesino en serie dominicano de finales del siglo XVIII, proponiendo una lectura contracolonial de esa historia. Según Jáuregui, de ésta  emerge un silenciado proceso  insurreccional en el que pueden rastrearse conexiones históricas y simbólicas con la Revolución haitiana. El relato analizado articula y desafía las etno-teratologías políticas e imaginarios coloniales que informan gran parte del nacionalismo dominicano.

Etnicidad, modernidad y globalización agrupa tres reflexiones que se aplican a los casos de Perú, Guatemala y Ecuador, pero que en sus derivaciones teóricas informan sobre una serie de aproximaciones nuevas al problema de la raza y de la relación cultural interétnica. Aníbal Quijano propone la colonialidad histórica y estructural del Estado-nación latinoamericano, el cual prolongó e intensificó la explotación colonial así como la racialización que justificaba la desigualdad fundacional del orden político y económico con el que se inaugura en América Latina la vida independiente. Asimismo explica cómo dicha desigualdad fue naturalizada (para justificar la explotación de grandes sectores sociales) y cómo, desde un comienzo y durante dos siglos, los valores políticos de la democracia liberal insistentemente proclamados en las constituciones y discursos políticos hicieron parte de una constelación jurídica completamente opuesta al excluyente sistema de ciudadanía. El llamado “problema indígena”  es “coetáneo con la fundación de las repúblicas ibero-americanas.” El moderno estado-nación reanudó el colonialismo al institucionalizar el poder hegemónico de las élites, representar sus intereses económicos y justificar la servidumbre y explotación del trabajo con el argumento de la inferioridad racial. La solución real y definitiva de dicho “problema” –que era y sigue siendo la destrucción y subversión completa del patrón de poder– fue mediante falsas soluciones ya genocidas (inmigración europea, campañas de exterminio), ya sincretistas (mestizaje, educación, occidentalización). El “problema indígena” se constituyó así en la cuestión pendiente e irresuelta de la historia política latinoamericana. En medio de renovadas olas globales y locales de explotación y desposesión, los llamados “movimientos indígenas” buscan resolver hoy, mediante una activa y a veces radical acción política, esta “cuestión pendiente.” 

Sara Castro Klaren releyendo a Aníbal Quijano y a José Carlos Mariátegui insiste precisamente en la colonialidad que define el “problema del Indio” el cual, como señalara Mariátegui, no está representado por el indio ni por su supuesta inferioridad racial, sino por la gestión del Estado criollo y colonial y por el régimen de desposesión y explotación del trabajo que el Estado sanciona y ampara. En el Perú de los años veinte, y con las herramientas epistemológicas disponibles en su tiempo –Gramsci, Marx, Schopenhauer, Nietzsche, el Inca Garcilaso de la Vega, y los aportes de la arqueología andina— Mariátegui elabora y adelanta aspectos fundamentales de lo que medio siglo después se conocerá como  “teoría post-colonial,” es decir, como la búsqueda de la fractura de la colonialidad del poder mediante “una crítica historizada del discurso del poder, de la educación institucionalizada y de otros lugares en donde la ideología de la colonialidad continua”. Mariátegui hace una incisiva crítica de “los discursos imperiales que, escondidos en la modernidad, perpetúan la colonialidad”. Castro Klaren ofrece así, vía Mariátegui, una reflexión amplia sobre las coincidencias, intersecciones y posibilidades de diálogo de los estudios latinoamericanos con la teoría poscolonial anotando la larga tradición latinoamericana de crítica no sólo del colonialismo sino de Occidente mismo, como invención que surge en el contexto del mundo colonial.   

Mario Roberto Morales reconstruye las vinculaciones entre teoría poscolonial, occidentalismo y campo latinoamericanista enfatizando la importancia del mestizaje en la construcción de subjetividades, contrastando el particularismo de América Latina con la cualidad universalista de la modernidad. Su artículo incluye una fuerte crítica al multiculturalismo, al neoliberalismo y a las políticas identitarias, así como a las posiciones subalternistas que esencializan la posición del otro. Viendo la modernidad como constitutiva de la sociedad y la cultura de América Latina, Morales propone la exploración de formas posibles de apropiar la modernidad de un modo productivo y adaptado a las necesidades regionales.

Catherine Walsh, coincidiendo con varias de las posiciones expresadas en este libro por otros autores, analiza la validez de diversas localizaciones enunciativas y sobre todo el lugar discursivo de quienes ejercen el pensamiento crítico desde espacios marcados por la experiencia de la colonialidad. Su estudio enfoca principalmente los cambios producidos en Ecuador a partir de los movimientos indígenas, particularmente en cuanto a los procesos de resignificación de conceptos como democracia, gobierno y Estado. La transformación de subjetividades indígenas y mestizas es un elemento fundamental, según Walsh, para la construcción de un Estado plurinacional y para la fundación de una nueva democracia –anti-colonialista, anti-capitalista, anti-imperialista y anti-segregacionista– en la región andina.

Cerrando esta sección, Arturo Arias estudia el fenómeno de la identidad maya de cara a los efectos de la globalización en Guatemala. El protagonismo maya, activado a partir de las luchas sociales que tuvieron lugar en Centroamérica en los años 70 y coronado por el papel icónico de Rigoberta Menchú, que exporta hacia otras latitudes la radicalidad de la lucha indígena, vincula la cuestión del conflicto étnico con los discursos y las prácticas de la globalidad. “Mayismo” y “ladinismo” aparecen como polos de un antagonismo social que se vincula problemáticamente con la ideología del multiculturalismo y la del mestizaje, incorporando a las negociaciones identitarias tensiones que remiten a la relación entre localismo y universalidad en el interior de la “aldea global.” Arias denuncia los discursos que emergen de la que llama “hegemonía ladina”, y descree de la posibilidad de democratizar a la nación sin destruir estructuras de poder donde a la desigualdad social se suma el racismo ancestral producto del colonialismo. El artículo se refiere, asimismo, a la colonización del conocimiento, y a la necesidad de elaborar paradigmas de reflexión social que tomen en cuenta las necesidades de los sectores sociales subalternizados por el poder político y económico dominante a nivel nacional, evitando binarismos unidireccionales que desmerezcan el valor y el sentido de lo local.

En la sección final del libro se debate, bajo el título de Género y frontera la inscripción del género sexual y particularmente la posición de la mujer dentro de los debates latinoamericanistas. Nelly Richard advierte sobre la desconfianza que ciertos sectores de la crítica feminista desarrollan con respecto a la teoría, a la que consideran un discurso autoritario –logocéntrico, falocéntrico– que oscurece las relaciones entre pensamiento, cuerpo, deseo y subjetividad, relaciones que Richard resume en la ecuación experiencia / discurso. Su trabajo se orienta justamente hacia la dilucidación de los efectos que tiene esa oposición en la conceptualización de lo femenino dentro del amplio espacio del latinoamericanismo, refiriéndose en particular al “mercado de las identidades” y a las estrategias representacionales que éste moviliza para las operaciones de (auto)reconocimiento e identificación social. El artículo estudia los modos en que cuerpo, naturaleza, experiencia, son utilizados como ideologemas que relegan lo femenino-latinoamericano a los márgenes del pensamiento crítico, a la “empiria del dato” que minimiza y/o descalifica las otras dimensiones del sujeto. Richard alerta contra los peligros de representaciones homogeneizantes y esencializadoras, instando más bien a la desestabilización de conceptos binarios y al surgimiento de un feminismo que elabore las diferencias, o sea las múltiples combinaciones que pluralizan la condición del sujeto, descentrando las categorías que buscan fijarlo para ejercer más efectivamente el control sobre éste. De un modo más afincado en textos concretos, Nagy-Zekmi y Hernández Castillo trabajan la noción de frontera como demarcación y al mismo tiempo como zona de intercambios y resignificaciones culturales. La primera, analiza orientaciones que desestabilizan la relación tradicional entre nación y cultura (Gloria Anzaldúa, Norma Alarcón, José David Saldívar, entre otros) proponiendo el estudio de subjetividades híbridas en las que se combinan elementos de América Latina y Norte América, dando lugar al surgimiento de identidades transnacionales. Hernández Castillo, por su parte, examina también identidades fronterizas, valorando las contribuciones que han hecho los feminismos postcoloniales a los que se desarrollan en Latinoamérica, reconociendo la necesidad de insertar las luchas específicas en los escenarios globales afectados por la dominación capitalista.

En su conjunto, el libro que aquí se presenta aporta a los estudios latinoamericanos la perspectiva innovadora de posiciones teóricas orientadas hacia la posibilidad de imaginar un pensamiento emancipador desde el cual percibir la colonialidad como un amplio espacio de conflictividad social, pero también de resistencia y de creatividad liberadora. En cada uno de los ensayos de este volumen se juega una crítica del presente. El lector notará que, persistentemente, los investigadores que colaboran en este volumen ponen en tela de juicio la sugerencia de una clausura histórica de la dominación colonialista, refiriéndose más bien a las nuevas formas que asume la hegemonía transnacionalizada del gran capital, y las formas también transfronterizas con que se manifiesta la lucha popular en sus múltiples expresiones sociales, culturales y políticas. A pesar del énfasis que coloca este libro sobre la experiencia histórica de la dominación imperial en las sociedades del “Nuevo Mundo” y sobre la prolongación de las estructuras colonialistas hasta nuestros días, resulta obvio que América Latina no puede ser conceptualizada como mero residuo del colonialismo, sino como un espacio en el que se combinan aportes culturales del más variado origen, y en cuyo interior coexisten, en inestable equilibrio, una multiplicidad de proyectos, actores sociales y legados que remiten a modernidades otras y a momentos anteriores en el proceso de mundialización, en los que América Latina debió articularse a través de modulaciones diversas en el sistema-mundo en el que siempre ocupó un lugar periférico. La teoría poscolonial y las aplicaciones heterodoxas que pueden realizarse para el caso de América Latina entregan una serie de herramientas al lector interesado en desmontar la máquina de la modernidad para percibir los secretos de su funcionamiento, sus fracturas internas, y la perversidad de muchos de sus usos. Quizá el principal mérito de estas propuestas radique en la apertura de los programas que caracterizaron, hasta hace pocas décadas, el dominio de los distintos campos académicos (antropología, historia, crítica literaria y cultural, ciencias sociales), que existieron durante mucho tiempo como cotos cerrados definidos por metodologías pensadas para momentos anteriores del desarrollo del latinoamericanismo y de la historia misma de América Latina. La aproximación comparatista y transdisciplinaria que informa los ensayos reunidos en este libro, igual que las operaciones que conectan de modo productivo teoría y praxis, política y cultura, permiten percibir horizontes diversos y conexiones inéditas en el material analizado, impulsando a ensayar otras respuestas y, sobre todo, a formular nuevas preguntas desde las que enfocar, a nueva luz, la problemática de nuestro campo de estudio. Esta es, probablemente, la apuesta principal de este libro, pensado como herramienta quizá provisional pero ojalá oportuna para abrir el debate, entrecruzando campos y agendas académicas.


* Este texto introduce el volumen Colonialidad y Crítica en América Latina. Bases para un debate  compilado por Carlos A. Jáuregui y Mabel Moraña, eds, Puebla, MX: Universidad de las Americas, Serie Pensamiento Latinoamericano, 2007.

[1] Ella Shoat se pregunta “Cuándo exactamente lo post-colonial comienza?" en “Notes on the Post-Colonial,” Social Text, núm. 31/32, 1992, p. 103; el historiador Arif Dirlik, llamando la atención sobre el papel del intelectual en el asunto, responde: “Cuando los intelectuales del tercer mundo llegan a la academia del primero” en “The Post-colonial Aura: Third World Criticism in the Age of Global Capitalism.” Critical Inquiry 20, 1994, p. 329.  

[2] Ann McClintock: “The Angel of Progress: Pitfalls of the Term ‛Postcolonialism’”, Social Text, núm. 31/32, 1992, p. 88.

[3] Esta temporalidad del post- recoge la clásica definición de Bill Ashcroft, Gareth Griffiths and Helen Tiffin: “Usamos el término post-colonial, sin embargo, para cubrir toda cultura afectada por un proceso imperial, desde el momento de colonización hasta el presente”, en “General Introduction.” B. The Post-Colonial Studies Reader. Ashcroft, G. Griffiths, and H. Tiffin, eds. London: Routledge, 1995, p. 2.

[4] Stephen Slemon afirma que no es el período histórico de la post-independencia de antiguas colonias lo que define lo post-colonial, sino el discurso anti-colonial en la cultura, la resistencia al imperialismo que “comienza en el momento en que el poder colonial se inscribe en el cuerpo y especio de sus Otros y que continúa como una tradición a veces oculta en el teatro contemporáneo de las relaciones internacionales neo-coloniales”, en  “Modernism's Last Post”, In Past the Last Post, Ian Adam and Helen Tiffin, eds., Harvester Wheatsheaf: Hemel Hempstead, 1991, p. 3.

[5] El debate sobre la pertinencia o im-pertinencia de la teoría poscolonial para América Latina corresponde una serie de artículos publicados en 1991 en respuesta a “Colonial and Postcolonial Discourse,” una reseña que Patricia Seed hizo de cinco libros entre los que se contaban Colonial Encounters: Europe and the Native Caribbean de Peter Hulme (1986), Discursos narrativos de la conquista: mitificacion y emergen­cia de Beatriz Pastor (1988), Unfinished Conversations: Mayas and Foreigners Between Two Wars de Paul Sullivan (1991). Participaron en dicho debate Patricia Seed (“Colonial and Postcolonial Discourse”), Walter Mignolo (“ ‘Colonial and Postcolonial Discourse’ Cultural Critique or Academic Colonialism?), José Jorge Klor de Alva (“Colonialism and Postcolonialism as (Latin) American Mirages”), Rolena Adorno (“Reconsidering Colonial Discourse for Sixteenth and Seventeenth-century Spanish America”), Hernán Vidal (“The Concept of Colonial and Postcolonial Discourse: A Perspective from Literary Criticism. Response to Patricia Seed”) y Patricia Seed (“More Colonial and Postcolonial Discourses (Response to previous three responses”). Para una revisión de este debate en relación con el debate actual ver “Coloniality and its Replicants.”, Introducción  a Coloniality at Large. Latin America and the Postcolonial Debate. Mabel Moraña, Enrique Dussel y Carlos A. Jáuregui, eds.,  Duke University Press, (en prensa).