![]() |
![]() |
|
![]() ![]() |
|||||||
Alfonso Soteno - Árbol de la vida (fragmento) - 1975 (Casa de las Américas) |
Es el Caribe, además,
un puente de tráfico cultural agitado en la creación carpenteriana,
una plataforma que une a Europa con América, que enlaza al Norte
con el Sur, pero que también los separa; describe, por tanto,
un tránsito que se reacomoda, reinventa y fractura acorde con
una zona que se ha dilatado y contraído ella misma en sus plurales
definiciones a lo largo de su Historia. Como veremos posteriormente,
los viajes de “regreso” de Carpentier al Caribe, contribuyeron
notablemente a ese redescubrimiento del área en términos culturales,
desde una mirada avisada, erudita, capaz de ver y entender la
esencia y diferencia de un territorio cuyas interpretaciones oscilan,
en principio, entre lo paradisíaco y lo infernal, dentro del imaginario
recreado por los ojos y el poder coloniales. Esta ambigua tendencia
en las lecturas del Caribe podemos encontrarla apuntada frecuentemente
en las representaciones de Carpentier. En sus novelas y relatos,
las ciudades caribeñas pueden ser cuna de las situaciones más
grotescas, resbalosas, sucias e infames, o pueden, por el contrario,
representar villas ilustradas, decoradas con versiones de los
estilos arquitectónicos europeos más exuberantes y sofisticados.
Es el escenario donde coinciden aventureros, letrados u hombres
y mujeres condenados a la sinrazón. Carpentier favoreció un
acercamiento al Caribe desde una perspectiva considerablemente
más universal y completa que mucho de sus contemporáneos, con
lo cual se une a esos otros intelectuales del área como Fernando
Ortiz, Frantz Fanon o Aime Cesaire, sumamente importantes en la
conformación de un pensamiento caribeñista y precursores de las
teorías poscoloniales que desde hace unas décadas se empeñan en
explicar los actuales procesos culturales del mundo en desarrollo.
El compromiso de Carpentier se dirigió no solo hacia afuera del
área en cuestión, sino también al interior de ella, como en una
especie de autorreconocimiento. Este ejercicio propició, por consiguiente,
que desde el discurso crítico y narrativo, el autor legitimara
de manera consciente manifestaciones y sucesos culturales, hasta
ese momento minimizados por los metarrelatos predominantes. Según contara el propio Carpentier, su viaje a México, en 1926, implicó un
cambio radical en su percepción y conocimiento de Partamos de la idea siguiente, en las fechas en que el joven
Carpentier “descubre” al Caribe y comienza sus incursiones en
la difícil empresa de definirlo, las disquisiciones al respecto
no contaban con el grado de especialización y complejidad teórica
que hoy exhiben. Si Carpentier fue un precursor en los estudios
del Caribe, no debemos desestimar que en su proyección discursiva
tanto el archipiélago Caribe como el resto del Continente, se
entrelazarán, a veces indisolublemente, a partir de un importante
número de elementos comunes que el autor supo ver y luego divulgar.
Considero que justamente en este hermanamiento que se produce
entre ambos espacios geográficos –hoy mejor determinados– radica
la visualización del Caribe lograda por Carpentier en términos
artísticos y literarios, no filosóficos.
[1]
Al bloque establecido y reconocido como América Latina
–desde el Río Grande hasta Aunque, como comentáramos
antes, el Caribe tiene el mérito de haber sido la entrada de la
civilización occidental al Nuevo Mundo, lo cierto es que, el vertiginoso
movimiento que se produjo desde el Descubrimiento y Conquista
hasta la emergencia de nuevos procesos culturales en el área,
América Latina, como concepto, monopolizó y casi anuló la identidad
caribeña. Este ordenamiento fortuito y deliberado del “Nuevo Mundo”,
entró al siglo XX enfrentando insuficiencias culturales y crisis
de identidades, que luego se vieron un tanto aliviadas por la
aparición de otra etiqueta unificadora, no menos peligrosa, como
lo fue el discurso alrededor de “lo latinoamericano”. En el campo específico
de las artes visuales este calificativo surgió como un concepto
paralelo, en primera instancia, a lo europeo. Ambos son integrantes de esas
dicotomías que cohexistieron durante la modernidad, opuestos que
sirvieron para describir las transgreciones de un arte local que
iba elaborando su propio imaginario, desde momentos bien demarcados,
según Ticio Ecobar, y a los que define como “localismo”,
“internacionalismo” y “globalización”. Analizando solo el
primero de esta tríada, y siguendo el esquema de este investigador,
vemos que: Ahora bien, lo latinoamericano
transitó de una posición de resistencia, alimentada fundamentalmente
por artistas e intelectuales, hacia una nueva fórmula preparada
para englobar, deficientemente, lo que sucedía en No obstante, aunque hoy resulte “políticamente incorrecto”
acercarse a nuestras regiones desde una perspectiva tan superficial,
es importante entender cómo ese marcador –“lo latinoamericano”–,
que fue otrora una vía cardinal para romper con la invisibilización
de la región en su totalidad, ha devenido insuficiente para entender,
por ejemplo, el arte de América
Latina. Es por ello que la fórmula –quizás intuitiva– utilizada
por Carpentier, en la cual el Caribe se superpone a Latinoamérica
y viceversa, facilita en la actualidad el conocimiento de ciertos
datos y antecedentes fundamentales para retomar la historia del
Archipiélago Caribe y su devenir. Pero... ¿de qué Caribe
estamos hablando? Como advirtiéramos anteriormente, es esta una
zona cuya geografía está en constante definición desde un punto
de vista tanto formal como simbólico, y que ha expandido sus fronteras
consecuentemente con los estudios que sobre el área se realizan.
Según el propio Carpentier hace saber, era él “uno de los pocos
que conocen las Antillas en su totalidad”.
[5]
Para el autor de El Siglo de las Luces (1963), “el mundo
del Caribe y, más allá, el sudamericano, son mundos complejos,
caóticos, extraordinarios, que comportan todas las posibles etapas
de la vida y del paisaje humanos (...) El propio contexto histórico
es maravilloso”.
[6]
En estos enunciados del escritor vemos, una vez más,
cómo dentro de esos axiomas que cimienta para el Caribe, quedan
efectivamente superpuestas las Antillas y Algo sumamente significativo
a tener en cuenta en las irrupciones de Carpentier en el complejo
engranaje que constituye la maquinaria del Caribe, es la mutación
de forma paulatina y de un modo fundamental en la dirección del
diálogo entre el Norte y el Sur, entre el “acá” y el “allá”, entre
el centro (fundamentalmente, Europa) y la periferia (América Latina
y el Caribe). Carpentier prácticamente inaugura una comunicación
hasta el momento exclusivamente vertical, de “arriba” hacia “abajo”,
a la cual cambió el sentido en tanto proyectó la voz de los silenciados
de manera diferente. De este modo, el escritor divulgó tradiciones,
paisajes y costumbres que, por demás, dieron vida a muchos de
sus personajes inmortalizados por Entonces, ¿qué camino
pudo conducir a Carpentier en dirección al Caribe y sus artes
plásticas? Quizá el recorrido
sea un poco extenso y difuso. Pero hace unos momentos señalábamos
como un dato significativo los primeros encuentros del escritor
con las culturas aborígenes, y cómo este choque, experimentado
por viajes como el que realizara a México en 1926, pudo haber
sido para él de la mayor relevancia, sobre todo en la comprensión
del universo artístico de Latinoamérica y su ubicación en el mapa
global. México fue uno de los lugares al que Carpentier regresó
continuamente, no solo a través de viajes propiamente dichos,
sino también desde la crítica de arte o de figuras contemporáneas
al autor como lo fueron Diego Rivera y Orozco, quienes tuvieron
una presencia reiterada en los análisis realizados por el escritor,
concretamente sobre las artes visuales. Pero insisto en que también
resulta substancial el re-conocimiento del universo de los pueblos
originarios como pilares esenciales en la construcción de identidades. De hecho, Carpentier se autodefine como “el
primero en hacer publicar por revistas francesas páginas enteras
del Códice Mendoceno y del Códice Matritense expuestos (...) muchas
veces, en el espléndido Museo Colonial del Palacio de Chapultepec”.
[9]
Es la sistemática observación de este universo, la
que permite a Carpentier emitir juicios como los enunciados en
reseña publicada a propósito de una exposición sobre arte precolombino
realizada en el Museo de Arte Moderno de Manhattan en 1954;
[10]
ahí habla de la voluntad de no objetivismo del arte
autóctono y su papel en tanto fuente inspiradora para las tendencias
más contemporáneas. En una entrevista recogida
en Recopilación de textos
sobre Alejo Carpentier, el
escritor comenta: “hay dos acontecimientos que marcaron la formación
de mi labor como novelista: mi viaje a Haití (...) y mi viaje
al Alto Orinoco y al Territorio Amazónico, que me revelaron las
infinitas posibilidades de una novelística latinoamericana enriquecida
de enfoques nuevos”.
[11]
El viaje a Haití, realizado en Y es éste otro paso decisivo
en nuestro camino hacia Carpentier como crítico de arte caribeño.
Identificar y definir las Antillas –y el continente– con un nuevo
alias contrastó, en
su momento, las sustanciales diferencias de esta región con la
cultura europea, pero desde la autentificación de zonas hasta
entonces invisibilizadas por el discurso crítico occidental. Lo
real-maravilloso-americano acuñado por Carpentier (con su polémico
devenir) contribuyó al re-posicionamiento del patrimonio de Sin embargo, al igual que el vocablo “latinoamericano”,
comentado inicialmente, descendió en un momento de su existencia
a la peligrosa escala de los calificativos complacientes utilizados
contra Es la comunicación a la cual nos referíamos antes. Es decir,
aludimos a la conformación carpenteriana de un diálogo revertido
y reconvertido entre el centro y la periferia, capaz de brindar
las herramientas necesarias para poder explicar mejor, por ejemplo,
el universo visual de las artes de la región. Y es que “...no
se trata de una condición americana de ser maravilloso per
se; se trata de establecer el referente en el allá que se
corresponda al lugar de lo imaginario que, según los surrealistas,
sea centro de acontecimientos maravillosos”.
[14]
Ahora bien, el término real-maravilloso-americano
no llega a América de la mano de un surrealista propiamente dicho,
la relación de Carpentier con este estilo está llena de fluctuaciones
que discurren entre la fascinación y la renuncia. No obstante,
es cierto que en el escritor, como heredero del movimiento vanguardista,
este maravilloso americano descubierto “...como lo insólito de
un afuera, de un allá, no es sino la afirmación de un aquí que,
de este modo, se afirma en su capacidad de maravillarse”.
[15]
En Carpentier –sin convertirse en el one
and a halfer generation
[16]
de Rubén Rumbaut al cual hace referencia Iván
de Contra este tipo de automarginación en
que podría convertirse la nomenclatura, y sobre todo contra las
lecturas tergiversadas que lograrían producirse sobre la región,
también se pronunció Carpentier. Años después de la presentación
de este concepto, usualmente más aplicado al campo de Carpentier cuestiona específicamente
la terminología utilizada por el escritor francés cuando se refiere
a un conjunto de creadores de la isla, con cierto reconocimiento
en Europa y los Estados Unidos, y que ahora eran marcados arbitrariamente
como primitivistas. Como deja
ver Carpentier, la frescura y espontaneidad de las obras haitianas
seleccionadas por Toby, no tienen conexión alguna con aquellos
paisajes pintorescos con los cuales el aduanero Rousseau inaugurara
el estilo naif en París, muchos años atrás. Con este ejemplo queda
esa usual simplificación derivada del concepto de lo real maravilloso
que en muchos casos concluyó haciendo referencias vacías al “color
local”, a lo “maravilloso”, “lo mágico” y “fantástico” de nuestras
regiones. Es una suerte de reciclaje de los referentes occidentales
con los cuales precisamente entró Europa al Nuevo Mundo a fines
del siglo XV, cuando buscaba confirmar sus mitologías medievales
en el Caribe. Pero, aunque la estancia
de Carpentier en Francia fue determinante para su interpretación
de las artes y la cultura americana y caribeña, no menos importante
fue su labor como miembro del Grupo Minorista, organización que
comienza a instaurarse desde
1924, aunque logra mayor consolidación a finales de la década
del 20. Aquí Carpentier, junto a otros intelectuales imbuidos
entonces en la impronta de las investigaciones de tipo etnológicas
que estaban teniendo lugar en Europa, inició una búsqueda en las
raíces cubanas específicamente, que concluyó en una lectura diferente
de nuestra Historia. En los inicios de la década
del 30, podemos ubicar las primeras incursiones de Carpentier
como el caribeñista que fue, junto a otras figuras imprescindibles
en estos tópicos como Fernando Ortiz, Lydia Cabrera o Nicolás
Guillén. Asi como otros
seguidores de ese movimiento afrocubano emergente, Ramón Guirao,
José Zacarías Tallet, Emilio Ballagas, Amadeo Roldán, Caturla.
Estos autores no utilizaron
como referencia solamente a los grandes maestros o tendencias
europeas que entonces indagaban en modelos alternativos a los
cánones académicos establecidos. Esta vez, la materia prima utilizada
por los cubanos también se derivó de fuentes locales, de una región
que comenzaba a llamar la atención de sus intelectuales. Problemas
asociados a la multiplicidad racial, étnica y cultural, contribuyeron
de manera fundamental a iniciar cierta visualización del Caribe
–afroantillano– desde un punto de vista teórico. En ¡Ecué-Yamba-Ó!,
por ejemplo, Carpentier se remitió a zonas periféricas de la sociedad
caribeña, en las que profundizó años después en El
reino de este mundo (1949). El escritor explicó, desde lo
ficcional, un universo prácticamente desconocido entonces: aquel
asociado a grupos de origen africano, a las consecuencias y reacciones
ante el dramático proceso de colonización, esclavitud y transculturación.
¡Ecué-Yamba-Ó!, junto a otros títulos de los autores antes
mencionados, significó cierto movimiento en la escala social de
esas tradiciones marginadas. La aparición de semejantes elementos
en la literatura o las artes visuales condicionó un desplazamiento hacia la “alta cultura”,
de manifestaciones afincadas en una fuerte tradición oral, que
se habían mantenido en una superficie periférica, difícil de entender
fuera de sus propios códigos.
Sin embargo, en ¡Ecué-Yamba-Ó!, algunos estudiosos,
como el doctor Rogelio Rodríguez Coronel, ven el resultado de
una lectura realizada a través de la vanguardia francesa y su
re-descubrimiento de África desde una perspectiva cultural. Según
Rodríguez Coronel, esta visión que significó una de las primeras
pesquisas de Carpentier en el universo afroantillano, fue superada
posteriormente con El reino de este mundo. No obstante, Carpentier también propició los mecanismos
para que esa periferia consiguiera entender y/o conectarse con
el centro. El autor, además de romper con la disfuncional comunicación
unidireccional existente entre Norte y Sur, entre el aquí
y el allá analizado
antes, demostró que ese contacto, en afán de ser más plural, debía
re-inaugurar un diálogo pero en dirección horizontal, Sur-Sur,
desde el cual los pueblos de Paralelo a estos cambios
en Uno de los colaboradores
en este empeño fue Carpentier, pues no solo fueron sus novelas
o relatos los encargados de divulgar la vida en Cuba, el Caribe
o Es por ello que, aunque
la obra de ficción de Carpentier es sumamente extensa, compleja
y rica para deducir su interpretación del Caribe desde las artes
visuales, es en su labor como crítico de arte ejercida desde el
periodismo, que podemos dilucidar concisamente
su gran conocimiento en estos temas, y su capacidad analítica
desde sus disímiles acercamientos a la plástica. Carpentier se inició en
la vida intelectual como periodista y se mantuvo en ejercicio
permanente. Bastaría recordar que colaboró con la revista Social, Específicamente el vínculo
de Carpentier con la plástica cubana fue fundamental en su labor
como crítico de arte, así como en la elaboración de un imaginario
en torno al arte latinoamericano y caribeño. Sus comentarios imprimieron
un sello de particular interés, no solo por las condicionantes
del suceso descrito en sí mismo, sino porque este adquiría cierto
grado de reconocimiento al ser comentado por Carpentier. El escritor,
a través de sus textos, exhorta a la indagación cada vez más profunda
de nuestra realidad, una búsqueda en la que queden imbricados
lo autóctono con lo contemporáneo,
fuera del alcance de los retratos “tropicalistas” que solo conducen
a una interpretación tergiversada de lo local. Con artistas como
Amelia Peláez, René Portocarrero, Wifredo Lam, Eduardo Abela o
Carlos Enríquez, el escritor se adentró en el universo de las
vanguardias artísticas de A diferencia de lo que
puede imaginarse, la crítica de arte no fue una labor aislada
en la obra de Carpentier. Este trabajo se hizo presente en su
vida, directa o indirectamente, y a través de él reveló un rostro
otro de la realidad americana. Como hace notar la doctora Graziella
Pogolotti en su artículo “Alejo Carpentier coleccionista”, no
en pocos casos la descripción de ambientes, personajes o épocas
en la narrativa del escritor, han sido representados y descritos
mediante la obra de artistas con diversas procedencias. Quizás
en cada una de sus piezas literarias las artes visuales hayan
estado presentes a través de creadores locales, universales, o
mediante la arquitectura, que abre un amplio espectro de posibilidades
descriptivas para las situaciones más disímiles. Importantes eventos del
mundo de la plástica a escala universal fueron reseñados por Carpentier,
de conjunto con las artes visuales de Fenómenos locales ya enumerados
como el muralismo mexicano, algunos estilos arquitectónicos y
el arte pre-colombino, fueron reseñados junto al simbolismo, el
surrealismo, el cubismo o el primitivismo europeos en igualdad
de condiciones. En estas incursiones del escritor, cada vez más
reiteradas, es posible dilucidar su idea en torno al arte del
Caribe, aunque en realidad no son muy prolíficos los nombres de
artistas caribeños dentro de su obra en general. Existe en Carpentier una
preferencia por lo nuevo y lo contemporáneo en términos artísticos,
sentimiento que trata de transmitir hacia la zona del Caribe.
A manera de guía, el autor acude al conjunto de creadores, locales
o no, como los que mencionáramos anteriormente, y a través de
ellos sugiere un re-conocimiento, o mejor, un re-descubrimiento
del Caribe desde una perspectiva mucho más contemporánea, polémica
y diversa. Muchos de estos artistas, con los cuales Carpentier
trabaja eventualmente propusieron, al igual que él, una nueva
manera de dar a conocer e interpretar el área caribeña y latinoamericana.
Una perspectiva que enfrentó los rígidos patrones académicos que
condicionaban las artes visuales de la región. Este Carpentier periodista
contribuyó a consolidar el campo específico de la crítica de arte,
no solo en Cuba, sino también en el Caribe pues “al proponer su
propio ordenamiento de las cosas, el novelista selecciona deliberadamente
elementos que nos emparientan al más amplio espacio del Caribe”.
[22]
Figuras como Guy Pérez Cisneros, Jorge Mañach o Marcelo
Pogolotti, que ejercieron también un papel fundamental en la evolución
y desarrollo de la crítica de arte en Cuba, acompañaron a Carpentier
en la inauguración de una tradición de pensamiento, que caracterizó,
y también legitimó, esos procesos artísticos en los cuales, entonces,
incursionaba la región. Es célebre la admiración
de Carpentier por Picasso, Matisse y otros artistas, presentes
incluso en su colección personal. Esta fascinación quedó evidenciada
en algunas curadurías y la variedad de artículos que dedicara
el escritor cubano a referenciar y explicar –si esto último es
posible– los vertiginosos acontecimientos que daban un vuelco
a la plástica universal, durante la primera mitad del siglo XX. Es así que el escritor
incursionó desde un punto de vista crítico en fenómenos como el
ready made en Venezuela,
[23]
al cual hizo alusión Carpentier precisamente desde
la readecuación al contexto caribeño y latinoamericano, permitiendo
así que esta tendencia no llegara al lector como una mera copia
local de la iniciativa de Duchamp y sus seguidores; por el contrario,
Carpentier asume que en esa relectura del movimiento dadaísta
se ha producido un entendimiento y una asimilación de los fundamentos
teóricos que respaldaron el estilo vanguardista. Otro punto interesante
en la vida de Carpentier como crítico de arte caribeño se produjo
con su acercamiento al abstraccionismo en esta región y su comparación
con el arte académico más tradicional realizado en el área. Fue
la abstracción parte de esos ismos
que dieron cuerpo a las convulsas vanguardias del siglo XX; sin
embargo, al igual que muchos movimientos no académicos, su llegada
al Caribe no contó con la aprobación de todo el gremio artístico.
No pocas fueron las polémicas sobre el tema del abstraccionismo
en la primera mitad del siglo pasado; no obstante, el estilo penetró
la región rompiendo barreras, con el respaldo de intelectuales
que, como Carpentier, se sorprendían ante la alarma y el revuelo
injustificado causado por la abstracción. Fue entonces cuando,
desde El Nacional de Caracas,
[24]
el escritor llama la atención sobre las peculiaridades
de este género, exigiendo, de algún modo, la participación activa
de artistas y pensadores en el comprometimiento con una nueva
visualidad. Pero, como es posible
distinguir a lo largo de su trabajo, fue Cuba un referente obligatorio
en las reseñas críticas de Carpentier, con textos que configuraron
cierto mapa inaugural para Aunque el escritor reconocía
la importante labor de artistas nacionales como los mencionados
páginas atrás, sospecho que, ocasionalmente, en su afán por legitimar
la producción local a través de comparaciones y símiles con las
propuestas europeas, exigía del arte local un grado de actualización
formal y conceptual difícil de entronizar con los procesos culturales
que habían tenido lugar en el Continente y el Caribe. Según Carpentier, el arte
cubano propiamente dicho surge a principios del siglo XX, en lo
fundamental, desde un punto de vista temático, conceptual, no
formal. Una pintura, según el propio escritor, “de mero asunto cubano, pero realizada con las técnicas de los artistas de
los salones franceses, más un cierto influjo de pintores españoles
como Sorolla y Zuloaga”.
[25]
Y era cierto, aunque Cuba es de las primeras colonias
en contar con una Academia para la enseñanza de las artes,
[26]
el férreo mantenimiento de los cánones académicos,
las copias realizadas por los artistas locales de obras europeas
de segunda importancia, y la traspolación de estilos a Además de la fuerte tradición
académica comentada por el escritor, hay otros factores que, según
Carpentier, influyeron de manera determinante en esa pobreza estilística
y temática de la pintura cubana de las primeras décadas del siglo
XX, y es la ausencia de un receptor avisado, o más específicamente,
de un burgués avisado, que se convirtiera en catalizador de los
movimientos más revolucionarios que podrían fundarse en términos
artísticos. Para Carpentier, teniendo en cuenta el papel mediador
de la burguesía y el esnobismo en Europa, este sujeto tenía una
responsabilidad histórica determinante en los cambios formales
de los creadores de vanguardia. Y el escritor lo explica de la
siguiente manera: Y es cierto que nuestra
burguesía no seguía precisamente los pasos de sus similares europeos.
En La consagración de la
primavera (1978) Carpentier describe la mediocridad de una
aristocracia habanera cuyo esnobismo, por lo general, no trascendía
el colgar pastiches de obras europeas en sus salas
[29]
o congelar una piscina para una sesión de patinaje
en el trópico, episodios que contrastan enormemente con el efervescente
ambiente intelectual de la época que citáramos anteriormente.
Ambas zonas, aristocrática e intelectual, quedan unidas y al mismo
tiempo separadas en el libro por la figura de Enrique, el joven
burgués con inclinaciones revolucionarias, que se manifiestan
no sólo en mejoras de tipo socio-económicas, sino también socioculturales.
No sé si es Pero resulta un tanto
absoluto, e incluso peligroso, calificar sencillamente de retrasado
el arte que se producía en Cuba
[30]
hacia los años 30.
Hablar de retraso en términos artísticos es, a
priori, una postura un poco difícil de sostener y de cierta
raigambre festinada. Fue esa la posición histórica de los centros
de arte con relación a las producciones realizadas en la periferia
global, con lo cual cuestionaban las posibilidades de representación
de culturas diferentes, probablemente en plena construcción de
identidades, como es el caso de las ex-colonias en Pero... ¿retraso con relación
a qué o a quién? Es cierto que en los tiempos en que Carpentier
iniciara su labor como crítico, Europa, específicamente París,
se erigía como un referente obligatorio para las artes a escala
global, imposible de comparar con ninguna otra escuela en el mundo.
Hablamos de un momento en el que la circulación de información
era limitada, Muchos años de guerras
y aprendizajes condujeron a Europa de vuelta a África, esta vez
no desde la colonización, sino a redescubrir una cultura diferente,
que luego serviría de base a ese cubismo tan aclamado por Carpentier.
Otros tantos años tuvieron que pasar para que los coetáneos de
Picasso y el movimiento cubista, aceptaran como “buenas” esas
imágenes poliédricas e ilegibles que hoy nadie cuestiona como
obras maestras; pero sin dudas habría sido un exceso pedirle a
los artistas y al público en Esta es una manera de
llamar la atención sobre el problema, sin llevar a nuestros artistas
a preguntarse simplemente a quién debían imitar, en una especie
de carrera contra el reloj, para tratar de ser menos “atrasados”;
la queja iba dirigida contra la reproducción insensata de patrones
que, a posteriori, reivindicaban un discurso
colonial del cual era imprescindible deshacerse en los nuevos
tiempos. Siguiendo cierto esquema
proporcionado por Carpentier, no es hasta inicios de la década
del veinte que comienzan a avizorarse los primeros síntomas de
un arte moderno cubano y, aunque los artistas protagonistas de
este evento se inspiraban en situaciones locales, su manera de
representarlas era diametralmente opuesta a lo que describiéramos
un párrafo antes. Estos pintores, como Guillén o el propio Carpentier
en la literatura, se nutrían de temas autóctonos, para luego representarlos
a través de metáforas y nuevas expresiones, formales o conceptuales,
que evitaran los excesos anecdóticos cometidos por aquellos que
el escritor describiera como pintores sin propósito. “Surgen entonces los artistas
precursores del moderno arte cubano a quienes ya hemos mencionado.
Víctor Manuel, Marcelo Pogolotti, Carlos Enríquez, Eduardo Abela...,
hasta que aparece la primera generación auténticamente vanguardista,
encabezada por Wifredo Lam, uno de los más grandes pintores de
Latinoamérica”.
[34]
A este listado el escritor añadiría a Mariano Rodríguez,
Amelia Peláez, René Portocarrero y Luis Martínez Pedro, incluyéndolos,
en mayor o menor cuantía, en alguna de sus reseñas críticas. A través de un discurso sencillo y explícito, Carpentier propone una lectura
de estos artífices, ahora encargados de recoger las singularidades
de una producción plástica y su entorno, así como de rediseñar
los contrastes entre un antes y un después, sobre el cual se irían
configurando los nuevos derroteros del arte cubano de vanguardia.
La utilización del color, las transparencias y una serie de símbolos
que identificarían “lo cubano”, son resaltadas por el escritor
al mismo tiempo que el barroquismo, la polisemia de muchas de
las piezas, la dislocación del tiempo y una estructura a veces
repetitiva en la composición, características todas presentes
también en la obra de Carpentier. En estas particularidades del
nuevo arte cubano de vanguardia se dibujan algunos elementos que
caracterizan lo real-maravilloso-americano ya mencionado,
como resultado de un concienzudo rescate de tradiciones, de una
confianza en la historia de la nación, pero también de una asimilación
de los movimientos vanguardistas europeos readecuados a los términos
del contexto caribeño. Denisse Rondón es Master en Estudios Caribeños
[1]
Según Ángel Rama “...no es en el mundo de las ideas, filosóficas o políticas,
sino en el de la afinada apreciación del arte, donde encontramos
lo mejor de Carpentier, llegados al tema de lo barroco-real-maravilloso-latinoamericano
registramos su asentamiento en una subrepsticia concepción histórica
desconcertante.” Ángel Rama: “Los productivos años setenta de
Alejo Carpentier (1904 - 1980)”, Latin American Research Review, Reprinted from LARR, Vol. 16 No.
2, 1981, p. 234.
[2]
Ticio Escobar: “Acerca de la modernidad y del arte: cuestiones
finiseculares”. Casa de
las Américas,
[3]
[4]
Ticio Escobar: “Acerca de la modernidad y del arte: cuestiones finiseculares”.
Casa de las Américas,
[5]
Víctor Fowler y Carmen Berenguer: Diccionario de conceptos de Alejo Carpentier, Editorial Letras Cubanas,
[6]
Ibid.
[7]
Salvador Arias (comp): Recopilación de textos sobre Alejo Carpentier, Serie valoración múltiple,
Casa de las Américas,
[8]
Ibid.
[9]
Alejo Carpentier: La
cultura en Cuba y en el mundo, Editorial Letras Cubanas,
[10]
Ibid., p. 103-104.
[11]
Salvador Arias (comp): Recopilación
de textos sobre Alejo Carpentier, Serie valoración múltiple,
Casa de las Américas,
[12]
Leonardo Padura: Lo
real maravilloso: Creación y realidad, Editorial Letras
Cubanas,
[13]
El concepto de realismo mágico, según Víctor Bravo en Magia y maravilla en el continente literario, ya había sido utilizado
por Arturo Uslar Pietri en 1947 para referirse a los cuentos
venezolanos, con lo cual es el primero en dar un nuevo uso al
término en el Continente.
[14]
Víctor Bravo: Magias
y maravillas en el continente americano, Ediciones
[15]
Ibid., p. 23.
[16]
“Un one and a halfer generation se asienta
en el guión entre dos comunidades histórica, étnica, cultural
y lingüísticamente diferentes”. Iván de
[17]
Víctor Bravo: Magias y maravillas en
el continente americano, Ediciones
[18]
Alejo Carpentier:
Letra y Solfa. Artes Visuales, Editorial Letras Cubanas,
[19]
Rogelio
Rodríguez Coronel: Guillén
y Carpentier ante las fisuras de la modernidad, en http://fayl.uh.cu/Documentos/Articulos/Guilleca.doc
[20]
Salvador Arias (comp): Recopilación
de textos sobre Alejo Carpentier, Serie valoración múltiple,
Casa de las Américas,
[21]
Sobre la crítica de arte realizada por Carpentier, consúltense
los trabajos pioneros de Adelaida de Juan: “De Rivera a Portocarrero
en las crónicas de Carpentier”, Iman,
[22]
Graziella Pogolotti: “El Caribe, iniciación y conquista”, Imán, Anuario Centro de Promoción Cultural
Alejo Carpentier, Año III,
[23]
Alejo Carpentier: Ensayos, Editorial Letras Cubanas,
[24]
Alejo Carpentier:
Letra y Solfa. Artes Visuales, Editorial Letras Cubanas,
[25]
Salvador
Arias (comp): Recopilación
de textos sobre Alejo Carpentier, Serie valoración múltiple,
Casa de las Américas,
[26]
Recordemos
que
[27]
Salvador
Arias (comp): Recopilación
de textos sobre Alejo Carpentier, Serie valoración múltiple,
Casa de las Américas,
[28]
Alejo Carpentier: Ensayos, Editorial Letras Cubanas, [29] Estas obras europeas de segunda importancia eran entendidas como sinónimo de modernidad y progreso per se, con un valor adquirido, irreal, que legitimaba en su posición a los sectores hegemónicos desde un punto de vista simbólico. Este hábito creó un gusto por un estilo de arte sumamente convencional, que transcurría de forma paralela a los presupuestos de la pintura moderna y sus conceptos. Ambos estilos o gustos, por llamarlos de alguna manera, pocas veces tenían la oportunidad de tocarse. El consumidor de este “arte de segunda”, que comenta Carpentier, por lo general no solía “contaminarse” con las “malas formas” que imponían los vanguardistas. Un ejemplo de ello lo tenemos precisamente con La consagración de la primavera, en los caracteres representados por Enrique y su tía. Ambos, a pesar de compartir una misma casta social, experimentan posiciones ante la sociedad que son diametralmente opuestas. La tía, a lo largo de la narración, se mantiene en su burbuja aristocrática, mientras en Enrique evoluciona un pensamiento revolucionario y de vanguardia, que Carpentier ilustra con los cuadros y esculturas de los artistas más experimentales de su momento.
[30]
“Estad seguros de que si vivimos en Cuba con un retraso de veinte años sobre
el estado actual del arte, esto se debe a la ausencia de snobs en nuestro ambiente” en Alejo Carpentier:
Letra y Solfa. Artes Visuales, Editorial Letras Cubanas,
[31]
Ticio Escobar: “Posmodernismo/ Precapitalismo”.
Casa de las Américas, No. 168, mayo-junio,
[32]
Ibid., p. 15.
[33]
Alejo Carpentier: Ensayos, Editorial Letras Cubanas,
[34]
Salvador Arias (comp): Recopilación
de textos sobre Alejo Carpentier, Serie valoración múltiple,
Casa de las Américas, |
|||||||||