Siempre es complejo y despierta muchas
preguntas la idea misma de definir cómo entiendo la teoría y la
crítica de arte, así como las posiciones axiológicas y hermenéuticas
que caracterizan la crítica que practico. Entre otras cosas, resulta
complejo dado que la crítica siempre viene después que las obras
fueron hechas y presentadas. Sin embargo, no existe al mismo tiempo
otro espacio en el cual la creación, las obras, encuentren como
correlato, como situación de época, como discurso crítico de su
tiempo, un lugar de producción de discursos de pensamiento y reflexividad
que no sea en el espacio de la crítica, es decir, que como crítico
de arte ofrecemos de cierta manera este lugar.
Crítica de Arte
Expondré entonces crítica
y filosofía del arte en dos sentidos. Por un lado, además de explicar
la concepción y posición que me definen en la crítica misma como
disciplina, ideas de axiología y hermenéutica, me refiero a los
retos que me planteo actualmente como crítico ante los nuevos lenguajes
en las artes contemporáneas. Si bien existe, como sugería, una cierta
suspicacia hacia la crítica de arte por ser aquella desde la cual usualmente se
desconoce muchas veces el espacio de la creación y de las obras,
discutiré la posibilidad de una crítica que no sea ajena al espacio
creador, la crítica no desconectada, no desvinculada de la práctica
artística, como ese espacio de contemporaneidad en el cual los discursos
artísticos encuentran su correlato, un lugar para la reflexión,
en el doble sentido del concepto de reflexión, que reflexiona, que
piensa sobre el arte y que de alguna manera también lo actualiza,
lo discute y lo refleja.
En este sentido podríamos
situar tres niveles para referirnos a la crítica de arte: por un
lado, el nivel del análisis de las obras en toda su objetividad
como ya presentadas en su espacios de exposición; por otro, el análisis
de las obras en sus relaciones con el proceso de creación; y, finalmente,
el nivel de una crítica de las obras que se sitúan en cómo estas
son mediadas, es decir, los problemas de la axiología y la interpretación
de la obra de arte a nivel de la formación y la recreación del valor.
La Interpretación como Punto de Vista
Si tenemos un primer nivel
en que la interpretación como concepto y palabra se presenta a los
sujetos en forma de sentido común, esta es la interpretación como
punto de vista. En este primer nivel de la interpretación suponemos
individuos y sujetos que están situados en mundos intersubjetivos
y comunicativos, es en tal tipo de comunicación intersubjetiva que,
situando a los demás en el horizonte interpretativo entendemos la
interpretación como punto de vista. Sin embargo, este primer momento,
aunque señala un concepto que está presente en los demás, se refiere
a cómo cada cual se forma una interpretación diferente.
Dado que nos representamos
a los demás y los vemos situados en un espacio en el que tener interpretaciones
es tener puntos de vistas distintos, cada quien fija sus propios
significados. Teniendo en cuenta que cada cual tendrá un punto de
vista diferente, el concepto de punto de vista estará relacionado
con significados que se consideran intrínsecos, nos volvemos indiferentes
porque no trabajamos desde y sobre un espacio hermenéutico. En el
espacio hermenéutico tendremos conceptos de interpretación muy diferentes
a aquel en donde en vez de volvernos indiferentes nos volvemos diferenciales
hasta el infinito.
En este concepto de espacio
hermenéutico, el concepto de relativismo trabaja de un modo diferente
a como usualmente entendemos el relativismo, algo que llamaré un
“relativismo inclusivo”. Este relativismo, lejos de ser un concepto
que se refiere a la relativización de todos los enunciados, deviene
un horizonte interno de la actividad interpretativa, una expresión
interior de la actividad interpretativa, haciendo trabajar el espacio
hermenéutico en su diferencialidad. El concepto de relativismo se
transforma así en una relación de equidistancia, entre aquello que
impregna sentido al trabajo hermenéutico y aquello que interpreto.
Es decir, no totalizo en el primero –un enunciado– y no pretendo
totalizar en el segundo –los objetos sobre los cuales hablo o a
los cuales me refiero–; ni fijo significados en uno, ni los presupongo
fijados en el otro. Lo que digo de dichos objetos, por ejemplo,
ni es, ni pretende ser lo único que puede desarrollarse a su respecto,
tampoco pretende totalizarlo, sino ser, simplemente, una alternativa,
una modalidad, una forma específica de la interpretación y el análisis.
En este sentido, si tenemos
un concepto de punto de vista debemos entender que ya no llegamos
del mismo modo a este concepto, los puntos de vista devienen aquí
espacios fecundos, fructíferos, trabajamos en y desde ellos, en
un espacio hermenéutico abierto.
La Interpretación como Actualización
En la relación del concepto
de interpretación con el concepto de punto de vista es usual pensar
que interpretamos cuando tenemos un punto de vista y se dice: “es
sólo una interpretación, un punto de vista”. Pero el concepto de
interpretación también se ha de discutir en relación al concepto
de actualización. Entendamos el concepto de interpretación como
actualización para referirnos a casos en los cuales otro texto –una
obra de arte, una obra literaria– sirve como pretexto a la actividad
interpretativa que desarrollamos en la crítica. Ello, sin embargo,
será diferente en los distintos casos pues no estaremos ante los
mismos problemas de interpretación cuando hablamos de pretexto en
el sentido de una pieza musical clásica donde el texto clásico es
una escritura que debe ser interpretada. De igual forma que cuando
nos referimos en la filosofía contemporánea a una obra de un clásico
de la filosofía antigua o moderna, interpretándolo a la vez que
ofreciendo otras lecturas sobre conceptos y proponiendo ideas nuevas;
o cuando hablamos sobre pretexto en el sentido de interpretar un
texto leído que puede ser un artefacto actual, lo mismo que una
pintura.
La interpretación musical
de un clásico es la interpretación como variante, como variación,
un artista interpreta la pieza de un clásico, mientras desde el
punto de vista de la pieza en sí, pensamos que realiza una interpretación,
desde el punto de vista de su pieza actual en sí, pensamos que la
actualiza. Tenemos en este sentido, en el ejemplo del músico clásico,
una modalidad en la que, por un lado, la pieza presente se basa
o comenta una pieza anterior, mientras, por otro, la pieza clásica
sólo toma presencia ante nosotros en la medida en que es interpretada.
En la filosofía, a pesar de sus diferencias, se da un movimiento
simultáneo de la presencia que es determinante en toda forma de
interpretación como actualización. Las múltiples interpretaciones
sobre Hegel siempre nos ponen en contacto con Hegel en forma enteramente
diferentes unas de otras, mientras las interpretaciones se renuevan
constantemente, introduciendo los problemas críticos sobre Hegel
al espacio hermenéutico productivo, las obras de Hegel pueden ser
directamente leídas. No podrían, sin embargo, leerse igual una vez
que las hemos leído varias veces según tantas interpretaciones diferentes.
Si bien toda interpretación,
incluso aquellas más apegadas a los textos que comenta, es una forma
de actualización, la interpretación como actualización tiene un
espacio autónomo. Para movernos dentro de un ejemplo ilustrativo
podemos mencionar el caso del Jazz que nos ofrece una representación
feliz sobre cómo tiene lugar la interpretación como actualización.
Pensemos en este sentido que en las piezas de jazz tenemos siempre
una constante, algo que se repite todo el tiempo y define una cierta
estructura, la obra misma presenta esta repetición, pero se aleja
de ella reiteradas veces, recreándola en unos casos, comentándola
en otros, variándola, haciendo referencias a motivos y temas que
unas veces son aquellos que la pieza de Jazz ha definido en sí misma
como su propio tema, y otras veces puede incluso comentar fragmentos
melódicos, rítmicos, armónicos o tímbricos que recuerdan a otras
piezas, bien sean estas en el mismo jazz como género, o simplemente
como comentarios intencionales a otros géneros.
Mediante una suerte de intracomentario,
el músico hace referencias a esa parte central que marca la repetición
de la pieza ofreciendo distintas perspectivas sobre ese tema, motivo
o elemento estructural, es decir, ofreciendo diferentes posibilidades
interpretativas a veces sobre la estructura misma de la obra, al
tiempo que, por otro lado, mediante procesos improvisatorios, puede
hacer comentarios a otras melodías, ritmos o temas musicales en
la forma de fraseos, acordes, etc.
Todo esto tiene lugar en
el Jazz de igual modo que en filosofía nos relacionamos con la filosofía
misma: desarrollamos los conceptos, creamos conceptos nuevos o campos
nuevos para antiguos conceptos. Es algo que también tiene lugar
en la crítica de arte cuando leemos o analizamos las obras, en la
forma de un movimiento que va desde nuestra pieza –nuestra pieza
de escritura en el caso de la crítica– hacia aquello que deseamos comentar.
El tránsito que acabo de discutir desde
un concepto de interpretación en los mundos del sentido común entendido
como punto de vista, hacia este otro concepto de interpretación
relacionado a la actividad de actualización, es el mismo que tuvimos
desde lo que fue la antigua exégesis de textos hacia lo que sería
posteriormente la lingüística teórica, desde aquel despeje radical
que ofreció Saussure para una lingüística general al discutir la
arbitrariedad del signo y las posibilidades del orden significante.
Anteriormente los problemas de la interpretación se movían –tomando
como referencia a la Biblia– alrededor de qué habrían
querido decir los textos con tales o cuales narrativas, la nueva
hermenéutica no se pregunta acerca del significado intrínseco de
las obras. No nos preocupa qué significados son los verdaderos,
cuales significados son aquellos que realmente se corresponden con
las obras, sino que entendemos nuestra interpretación desde una
relación de equidistancia, no pretendemos hacer una aseveración
última sobre esas obras y artistas, no pretendemos totalizar con
lo que decimos todo lo que se podría decir, respetamos el espacio
hermenéutico, preferimos aportar algo, nuestra propia interpretación,
y pensamos que así, de esta forma, contribuimos más a la lectura
positiva de las cosas.
De hecho, pensamos que otros
tienen también sus propias cosas que decir, aunque disten mucho
de las nuestras. De no ser por este concepto de espacio hermenéutico
abierto, Francia no tendría tanto para Francia como para la cultura
universal, es decir, cientos de miles de libros todos diferentes
y distintos sobre cada uno de los filósofos, artistas plásticos
y escritores franceses.
La Lectura
A diferencia de la interpretación,
con el concepto de lectura tenemos un movimiento que no va tanto
desde el punto de vista hacia aquello que ha de ser interpretado,
la lectura misma define el itinerario y se mueve en torno a aquello
que estamos leyendo en sí mismo, si nos referimos a algo que es
un texto o forma en algún sentido una cierta textualidad, si es
una formación no discursiva, no textual o no verbalizada. De esta
forma, si la interpretación es una actividad interpretativa alrededor
de un proceso decodificador en el que están en primer plano relaciones
entre texto, pretextos y receptores; en la lectura, tendremos un
proceso o actividad lectora que no se moverá tanto en dirección
a encontrar tales o cuales significados, sino trabajando desde aquel
espacio mismo en que están referidas las obras. La lectura textual,
por ejemplo, nos remite directamente a la lectura que hacemos de
los libros de textos, así como también podemos leer textos dentro
de conceptos ampliados del texto. Un texto es, desde el libro de
texto, algo que nos remite a un determinado orden de redundancia,
un determinado orden de regularidad, de repetición, un vestíbulo
o entrada, prefacio, prólogo, introducción, capítulos, títulos,
subtítulos, los márgenes que señalan el bloque de texto pautado,
notas al pie, etc.
Definimos,
de hecho, estar frente a un texto cuando aquello que da estabilidad
para la lectura a eso que llamamos texto –el libro de texto, una
obra de arte, un sistema sígnico que puede ser el vestuario o la
moda, o simplemente la ciudad misma– son sus altos niveles de redundancia
y repetición. A diferencia del texto en la escritura tenemos un
movimiento diferente, que viene directamente desde la escritura
hacia lo escritural en general. La escritura en todo lo que la relaciona
a la inscripción, la escritura como grafía, lo escritural en lo
propiamente inscritural, en su relación a la grama,
a la gramatología, pero sobre todo a la voz, a lo oral, el discurso,
lo enunciado, la enunciación.
Leemos la escritura y no
precisamente el texto cuando escuchamos la voz, bien sea una lectura
en voz alta, en voz baja o simplemente como una recitación tenue
en silencio. Igualmente, la estructura de la ciudad, como antes
mencioné, por su alto nivel de estabilidad y redundancia, es un
claro modelo para la lectura textual, podemos leerla desde sus centros,
podemos leerla desde sus parques, etc. Leemos algo en un sentido
propiamente textual no tanto debido a un determinado volumen de
información escritural, sino precisamente a todo aquello que lo
clausura, que le da juntura, que lo cierra sobre sí mismo. Veremos
cómo la lectura textual nos refiere a una escritura textuada, que
ya es texto.
Nos movemos pues con la
lectura textual directamente desde aquella noción de texto en el
libro de texto, hacia una más amplia, en sentido espacial, tomando
como referencia los espacios en aquel, con sus zonas vestibulares,
sus architextos, sus peritextos, lo vemos por sus márgenes y nos
movemos alrededor, o desde una topología de los sentidos hacia otros
fenómenos textuales. La actividad interpretativa es comunicativa,
la actividad lectora es transformadora. No podemos decir, sin embargo,
que sea pertinente leer toda obra de arte en un sentido textual,
encontramos un número muy significativo de obras entre artistas
que ofrecen resistencia a la lectura textual, no tanto porque se
opongan a esta, sino porque no son propiamente textuales. Vemos
así cómo determinadas obras de artistas pueden leerse en un sentido
textual mientras algunas obras de estos mismos artistas no.
El concepto de lectura arqueológica
que propondré y discutiré aquí plantea, sin embargo, problemas muy
diferentes al concepto de lectura textual. Mientras en la lectura
textual leemos algo que es ante nosotros directamente un texto por
su regularidad y su redundancia, en la lectura arqueológica debemos
leer en capas. En este sentido en unos casos he desarrollado modalidades
de crítica que son más lecturas textuales, mientras en otros he
desarrollado más la lectura aqueológica y la lectura libre. Cuando
hacemos la crítica desde este concepto que he propuesto de lectura
arqueológica, aquello que habrá de ser legible para la crítica lo
será desde un nivel de inscripción hacia otro nivel de inscripción
que se encuentra trabajando en y desde este mismo nivel de inscripción,
desde ella y a través de ella. La lectura arqueológica misma, va
sucesivamente, en la medida en que es actividad crítica, trayendo
capa por capa los nuevos niveles, los va presentando, los trae a
la presencia.
A través de sí misma en
la crítica, la lectura arqueológica nos trae a una capa, la cual
a su vez nos lleva hacia otra capa a través de sí misma. Leer, según
esta modalidad discutida, es poner en voz, traer a la voz. Aquí
no vamos ya tanto desde lo latente hacia lo inmanifiesto, o desde
lo desconocido hacia un salir en busca de un origen por conocer,
sino hacia la arqueología misma como modalidad de la hermenéutica,
como otra forma de leer lo legible. No hay una arqueología sobre
algo que está como del otro lado de la arqueología y que mediante
esta debemos encontrar, la lectura arqueológicamente deviene todo
el horizonte de lo posible, es la hermenéutica misma la que deviene
en una actividad incesante. La lectura arqueológica define así las
modalidades y las posibilidades de una crítica que sale en busca
de, sin necesariamente buscar algo o tratar de encontrarlo; vamos
poniendo en la voz, vamos trayendo a la voz.
La lectura arqueológica
se mueve, por un lado, alrededor de los procesos y del concepto
mismo de proceso –siempre tan intangibles o sugeridos en los planos
de presencia inscritural–, mientras por otro, nos refiere a los
espacios, al concepto mismo de espacio. Por ejemplo, mediante la
lectura arqueológica, podemos movernos desde el abstraccionismo
hacia fenómenos como la lectura de la mancha, del manchar pictórico
y plástico. Un ejemplo formidable pueden ser las pinturas de Cy
Twombly, el espacio pictórico como gesto, como trazo, la mancha
leída según el gesto que la hizo.
Ahora bien, el concepto
de lectura libre que propongo discierne entonces otras posibilidades.
Si bien el concepto de lectura libre puede estar presente en los
otros dos (la lectura textual y la arqueológica), moviéndose entre
ellos, veremos que lo que hace propiamente el concepto de lectura
libre es una relación a la lectura como ruta. En la lectura textual
leemos el texto, éste, en su textualidad, define desde dónde, hacia
dónde, tanto como entre qué y qué, en la lectura arqueológica. Leemos
desde una instancia a través de sí misma hacia otra que le sería
no inmediatamente presente y sucesivamente traída a la voz –traídas
a la presencia sólo a través de sí misma–; en la lectura libre,
en cambio, leemos según la actividad de lectura misma, donde leer
es crear una ruta, donde es la actividad lectora misma la que marca
y define el cómo, el desde dónde, el hacia dónde, el por dónde,
el para qué, el entre qué y qué. Estaríamos pues siempre con la
lectura libre en los espacios de una ruta que será, en unos casos,
ruta de la lectura, no ruta en el sentido de un viaje, aunque también
tenemos lectura libre en la lectura que hacemos literalmente cuando
viajamos entre ciudades o países pues hay, indiscutiblemente, una
relación entre lectura y movimiento. La lectura cuya ruta está definida
por el leer mismo supone un movimiento de la lectura, esta desarrolla
una ruta; en la otra, la lectura sigue la ruta del cuerpo.
En todo ese movernos por
las materialidades, la lectura textual lee el texto como este es
en su redundancia y en su regularidad, en su forma y en su fisicalidad.
La lectura arqueológica trae a la voz algo a través de sí misma
que puede ser sobre una materialidad o una inmaterialidad, algo
que trae a la presencia y la voz, sin embargo, por capaz de presencia
inscritural, desde aquello que se lee o es leído en la inscripción
y la escrituralidad que define lo leído hacia la voz. En la lectura
libre, es la ruta de la lectura la que define el itinerario, pues
no requiere para trazarlo de aquello que es leído.
La lectura de la abstracción
y la materialidad ofrece buenos ejemplos en este sentido. No habría
sido lo abstracto en tal sentido una negación de la representación
–aunque también–, sino un movimiento que reencuentra el cuerpo desde
lo abstracto inscritural, en la voz, en la grama, en la grafía,
como también, vía materialidad, desde lo abstracto hacia lo concreto
y a la inversa, lo concreto en lo abstracto. Esto nos trae desde
el arte abstracto, vía el arte matérico y el informalismo abstracto,
hacia la materialidad y las texturas. La significación de este leer
aquel cuerpo que habría generado tal obra consistiría no tanto en
dar con una sola idea de cuerpo –que obviamente daríamos siempre
con el cuerpo físico literal del artista durante el proceso creador–,
sino que antes bien, según el modo del lenguaje, en la lectura de
la pintura como inscripción. Leeríamos entonces infinitas formas
del lenguaje corporal: si es una forma de pintar suelta y espontánea,
si es sobria o constipada, etc. Por un lado, la corporalidad misma
de la obra –su cuerpo físico– y por otro lado, lo corporal que puede
traslucirse en el modo de pintar relacionado al proceso creativo
del artista.
¿Y desde dónde podría venir
una teoría del performance sino es precisamente en la forma de leer
el cuerpo en el trazo, en la inscripción, desde la dimensión inscritural,
vía escritura, vía voz, y por medio de todo lo que he explicado
sobre la lectura hacia aquel cuerpo? No es gratuito que la problemática
del performance se inició en lo que fue la lectura del gesto y del
cuerpo, desde lo inscritural hacia el proceso creativo, una lectura
de la mancha plástica y pictórica como gesto. Y que aquel alemán
–Beuys– en quienes no pocos sitúan una definición del performance,
haya encontrado una determinada idea de cuerpo inicialmente desde
una pregunta por la pintura gestual y matérica, la cual tomaba en
su obra la forma del instante. El dibujito ocasional que hacemos
mientras hablamos por teléfono, el que trazamos mientras conversamos
con alguien, son un paradigma de esta idea de la forma del instante,
así como también una pregunta terapéutica por el objeto.
Lo que propongo en este
sentido es que el concepto de performance, tal como lo he discutido
anteriormente, proveniente de la crítica y la teoría de la plástica,
es el mismo concepto de performance que rigurosamente tenemos en
lingüística teórica y en gramatología. Si los ejemplos textuales
que mencionaba antes, la ciudad entre ellas, se mantenían dentro
de un modelo textual, el arte abstracto hasta el performance se
mueven desde los problemas
del significante en lo que se refiere a la escritura como grama,
a la voz, a la materialidad, a las texturas, así como a un cierto
punto entre voz y textura, pero sobre todo a espacio y a tiempo
expresados en las obras.
De esta manera, por ejemplo,
ya desde el Cubismo, se da una primera forma de lo que fue explorar
un cierto movimiento desde el cuadro hacia el plano, donde el cuadro
mismo devenía una suerte de corporalidad, un artefacto, con sus
primeras formas del ensamblaje. En unas se trataba de relaciones
analíticas y sintéticas entre figuras y fondos, en otras, el cuadro
mismo devenía de fragmentos ensamblados. La exploración de nuevas
relaciones entre figuras y fondos, su aplanamiento, fue derivando
en una comprensión del cuadro como composición con fragmentos, resultando
este en su totalidad ensamblado, sobre todo en el arte matérico,
ese momento en el que el cuadro y lo que hace cuadro a ese cuadro,
llega allí hasta la tela, como si fuera parte de una superficie
mayor. Tenemos en el arte matérico este venir hacia la presencia
del soporte como superficie. Tiene lugar entonces un acercamiento
hacia la superficie en sí misma por sus cualidades, por su materialidad,
una relevancia de la fisicalidad del soporte, de lo que hace física
a esa obra, la inmediatez del soporte.
La pintura se viene entonces,
con el arte abstracto matérico, hacia un como si le llegara al cuadro:
lo que vemos está dentro de lo límites del cuadro que está frente
a nosotros, el cuadro define los límites físicos de la obra, pero
lo que vemos dentro de este, por tratarse de una superficie abstracta
en la que sólo hay texturas y elementos encontrados. Parece como
si el cuadro fuere sólo la selección de un fragmento de realidad
sobre el fondo infinito de la realidad. Lo pintado no como aquello
que se quiso representar dentro de los límites del cuadro –aunque
también–, sino antes bien como aquello que se quiso evocar. La pintura
se viene así, si bien dentro de los límites del cuadro, hacia lo
que podemos entender como una primera forma de la pintura como artefacto.
Primera forma que estaba ya en la lógica del bastidor –donde la
tela envuelve al cuadro, lo forra, lo tapiza–, hacia una determinada
materialidad de la obra.
De hecho, en el arte matérico,
la tela es, semióticamente, una superficie, y una superficie que
está siempre como tomando allí tal forma, una superficie que, situados
desde el interior del cuadro visto como un todo, será evocada metonímicamente
desde la parte. Tenemos entonces con el arte matérico no únicamente
lo que explicaba antes sobre una determinada lectura de la pintura
como inscripción y como gesto, sino también una primera forma del
devenir artefacto y, por lo tanto, una primera forma en la que la
pregunta misma por el artefacto devino horizonte para la obra de
arte.
También tendríamos desde
el arte matérico una segunda forma del artefacto en la que, si en
la primera una exploración textural sobre el soporte como superficie
traía hacia el primer plano esa superficie transformando el cuadro
como totalidad en artefacto; en la segunda, no habrá sido una superficie
que se viene por sobre la tela como tela, sino un movimiento hacia
sí, elementos del proceso creativo del artista, que entran en la
obra. Si un buen ejemplo en el primer sentido pueden ser los ensamblajes
cubistas de Picasso, Gris, Picabia o Brake, así como las primeras
expresiones del abstraccionismo matérico, el segundo caso puede
representarse con Joseph Cornel, pero también en otro sentido con
Raushenberg, entre otros. La pregunta
por el artefacto se transforma así en una de las preguntas
que la obra explora y responde: la obra misma deviene cierta proposición
entre lo bidimensional y lo tridimensional.
Con lo anterior hemos visto
ambas cosas, ejemplos de lectura arqueológica y de lectura libre.
En uno, la lectura puede movernos hacia un entendimiento de las
primeras formas del performance como la lectura del gesto que ejemplifiqué
con Cy Twombly y Beuys, a través de la pintura. Luego, cómo, por
capaz, el concepto de performance en la teoría y la crítica y aquel
concepto de performance que tenemos en lingüística, son rigurosamente
lo mismo, para más adelante ver nuevas alternativas para la lectura
del cuadro y la materialidad.
Pero, retornando a la lectura
del gesto, en aquellos chorreados espontáneos que teníamos en Pollock
leíamos una tela sobre el suelo y una forma ritual del pintor que
habría pintado directamente sobre la superficie manchándose incluso
de pigmento, sin distancia para observar los resultados y veíamos
luego como el pintor colocaba más tarde la pintura sobre la pared
para observar los resultados espontáneos y desde esa nueva distancia
comenzar a recrearlos. No es, sin embargo, el mismo tipo de relación
de espontaneidad aquel que tenemos en las telas de Pollock, que
el que tenemos en las pinturas de Paul Klee y Kandinsky. En Pollock
se trata de una experimentación puramente física con el material,
lo ritual era su propio proceso de convivencia con ese material
pintando sobre el suelo, un material puramente físico. En las telas
de Kandinsky y Klee los planos de espontaneidad resultaban de su
relación con el universo pintado, estos eran recuperados y recreados,
retrabajados al dar forma a lo que toma forma espontáneamente. La
forma que surgía casualmente se transformaba en nuevo motivo de
inspiración para crear formas nuevas.
También los dos casos anteriores,
por un lado Klee y Kandinsky como dos epitomes de la creatividad
y de la imaginación en la pintura al componer universos en base
a lo espontáneo, y por otro, Pollock como un ejemplo de experimentalismo
físico con el material, son, sin embargo, diferentes a las distintas
expresiones del nuevo abstraccionismo ecológico. Obras en las que
los artistas exponen las telas a extensos procesos de transformación
natural, colocándolas antes de pintarlas a los efectos de la lluvia,
la oxidación, curtiéndolas, añejándolas por los efectos del caminar
y de los azares de la vida cotidiana, para luego ponerlas en la
pared y trabajarlas.
En las telas de Pollock
leemos un tiempo que nos habla de un cuerpo pintando la tela, desenfadado
hacia los pigmentos, un cuerpo que se movía manchando en actitud
de dejar que ocurra, dejar darse, un dejar que se de, haciendo de
esto la gramática plástico-pictórica de sus telas. Por su parte,
en estos otros artistas abstracto-ecológicos, tenemos un deseo de
interpretar y escuchar en sentido libre la naturaleza. Pollock pintaba
tomando distancia hacia lo que él mismo generó y llevando esos resultados
en su haber dejado que ocurrieran hacia nuevas formas. Los abstracto-ecológicos
pintan escuchando lo que la naturaleza misma y el azar han dejado
sobre la tela. Pintan como si a través de ellos la naturaleza pudiera
ir más allá de sí misma, de sus límites físicos, a encontrarse en
los niveles de la sensibilidad. Quieren unir lo sensible y lo natural,
que sus pinturas ejemplifiquen el equilibrio perfecto entre el hombre
y la naturaleza, entre la expresión y el universo, el hombre en
una posición más humilde en y ante el universo en que vive.
La exploración del orden
significante puede hacer posible todas estas cosas. El orden significante,
de hecho, comprende la materialidad del signo en su carácter arbitrario
y, por lo tanto, los modos en que se abrieron las posibilidades
de trabajar sobre un campo que sería el propio campo de efectuación
del significante como generador de campos semánticos libres, sin
necesidad ni de significados, ni de contenidos. Si bien el signo
sería una unidad formada por un significante –la forma del signo,
la palabra como imagen gráfica y como imagen acústica–, cuando enseñamos
a nuestros hijos una lengua les enseñamos lo que une una forma con
un determinado orden de significación, le enseñamos la lengua en
la forma en que está instituida, pero las posibilidades combinatorias
serán infinitas. A diferencia del símbolo o los iconos en los cuales
se fijan significados como si estos le fueran inmanentes o intrínsecos,
hablamos de un significante para decir que no únicamente el signo
es arbitrario –podría tener cualquier otra forma en cualquier otra
lengua–, sino que pone en movimiento el lenguaje dentro de un arsenal
de infinitas posibilidades combinatorias. Entendemos por significante
la parte material del signo, abstraemos este aspecto material y
entendemos por significante-significante ese movimiento a través
del cual podemos movernos entre unos significantes y otros.
No se trata de movernos
entre significantes y significantes para entre ellos obviar lo que
desde ellos puede relacionarse a un determinado nivel de sentido
y significación, sino que vamos a abstraer esos momentos en los
cuales en el lenguaje alfabético, tanto como en los planos que corresponden
a los signos plásticos, musicales, espaciales e incluso arquitectónicos,
los niveles articulatorios se corresponden con lo que relaciona
a los significantes entre sí. De nada nos serviría movernos por
los significados entre los cuales iríamos signo a signo, entre una
palabra y otro conjunto de palabras que estarían alrededor de aquella
para decirnos qué significa –como cuando buscamos una palabra en
el diccionario– pues encontraríamos que tratando de averiguar el
significado de una palabra, recurrimos a una cantidad de otras palabras,
las cuales a su vez, cada una, para ser definida, nos remite a otras
tantas cantidades de palabras quedando siempre en espacio hueros,
sin posibilidades de generar nuevas combinaciones. Dado entonces
que habría sido un primer movimiento hacia la abstracción aquel
que nos habría traído hacia los significantes, entendemos por significante
el lado expresional del signo, aquel que nos lleva hacia la forma
articulatoria pura con sus posibilidades de hacer trabajar todo
lo demás: semántica, sintagma e incluso paradigma. No habremos estado
ya ante los objetos de arte entendidos como formas del objeto-objeto
en las cuales estos eran situados como objetos de estudio, sujetos
objetos del sujeto, sujetos al objeto, objetos al sujeto o sujetos
al sujeto; las bases mismas del problema de la desalienación y la
emancipación.
Género y Voz
Sólo en la teoría del género
ofrecemos respuestas actuales a estos problemas, moviéndonos desde
unos itinerarios libremente sin tener que tomar los otros, nunca
quedando como objetos del sujeto, objetos al objeto, o sujetos al
objeto. Movimiento éste sin sujeción, sin subsumación, la cual se
origina en la distancia crítica. Con la teoría del género estamos
en la voz y en la postura. En la medida en que determinados géneros
del discurso presuponen condiciones de posibilidad para determinados
modos articulatorios de la voz y de los modos de articular los discursos.
La crítica feminista, por ejemplo, hacia las instituciones del patriarcado
y el machismo, ha tenido lugar en la literatura tanto teórica como
artística actual alrededor precisamente de escoger tales o cuales
géneros del discurso como más favorables que otros a los modos articulatorios
de la voz y del pensamiento crítico.
Es preciso hacer esta distinción,
vía crítica feminista, porque es precisamente a través del feminismo
que ha tenido lugar esta articulación instaurativa en la cual nos
movemos desde una noción neutral de género en el lenguaje hacia
una noción sexuada de género, reencontrando en aquel género del
discurso que habría formado en los géneros del lenguaje un genero
neutral, una nueva relación performativa, generadora. Es ésta la
crítica feminista actual: la vía de la voz, nuevo performance de
aquel género en el lenguaje, movimiento de originación simultánea
en el que la simultaneidad se nos ofrece como una imagen ante lo
que en realidad no serían más que momentos de lo mismo. Y es en
este momento en el que se interceptan una instancia performativa
y el disponer de los géneros del discurso para la articulación de
la voz en el lenguaje –pues somos lenguaje– donde se relacionan
la crítica feminista actual que viene preguntando desde los géneros
como lenguaje y las preguntas desde la feminidad, la mujer y las
mujeres como energía transformadora de la sociedad, si bien no se
relacionan aquí más que trayectorias de lo mismo.
Lenguaje como Expresión
A este respecto, el concepto
de lenguaje en diferentes acepciones se podría entender proponiendo
distintas formas. Por un lado, el lenguaje como expresión. Dado
que vemos el lenguaje desde el individuo que somos hacia un comunicar
a los demás nuestras motivaciones e intenciones, entendemos el lenguaje
en tanto expresión como un medio de la comunicación por todo lo
que gracias a éste podemos expresar sobre la experiencia vivida,
tanto como podemos representar en torno a la realidad. A través
de este concepto de lenguaje tenemos un primer plano en el que nos
movemos desde terminados planos de interioridad –lo que queremos
expresar– hacia unos determinados planos de exterioridad –aquellos
a quienes queremos expresar algo. Este es un plano que viene, claro
está, desde sí mismo hacia los demás, trabajando en el mismo nivel
como comunicación y como socialización.
Lenguaje como Comunicación
En un segundo plano vamos
a referirnos a lenguaje pensando en más de una persona en situación
de comunicación, a las cuales vamos a imaginar conversando entre
sí: uno enuncia y el otro contraenuncia, la enunciación de uno sienta
las bases para la respuesta del otro, a la inversa, y sucesivamente.
Si desde lo individual cada uno entre ellos hubiese estado en el
primer plano viniendo desde la motivación hacia la expresión –desde
ambas, vía interioridad, hacia la comunicación orientada a los demás–,
situados ya en el plano semiótico y pragmático, la formación de
los enunciados estará desde el principio orientada al entendimiento,
y menos, en tal caso, propiamente a la expresión, aunque la suponga.
Tendremos entonces en este segundo plano un enunciado que irá –en
sentido articulatorio– desde y por la parte expresional del lenguaje,
y la propiamente comunicativa, en un sentido distinto, transcurriendo
por el self –el sí mismo–,
en un sentido también distinto a cuando lo entendemos en su aspecto
puramente expresivo.
Pero surge, sin embargo,
situado en este segundo plano, el asunto de cómo en ese tomar distancia
donde nos vemos y representamos a nosotros mismos, otro concepto
de lenguaje que no se refiere ya tanto al lenguaje como medio para
la comunicación, sino a un lenguaje para la autorepresentación,
un lenguaje sobre el lenguaje, donde se dan relaciones otras entre
lenguaje y lógica, lenguaje y pensamiento. Relación que trabaja
autónomamente como pensamiento sobre el lenguaje, pero también como
metalenguaje, lenguaje sobre el lenguaje.
Metalenguaje
Llamamos de hecho metalenguaje
tanto a ese lenguaje sobre el lenguaje como al lenguaje mismo ya
que, en su rica y variada forma y su altísimo nivel de diferenciación,
lenguaje es ya una forma altamente compleja tanto de autoreferencia
como de autorepresentación. En el lenguaje mismo tenemos una organización
sintáctica: oraciones de sentido y congruencia no serían posibles
sino gracias a una estructura sintáctica, sintagmática y paradigmática
dada en las relaciones entre sujetos y predicados, artículos, verbos,
adjetivos, adverbios, pronombres personales, fenómenos que nos remiten
a las relaciones entre lenguaje y lógica. Mientras en semiología
tenemos un movimiento hacia la relaciones de abstracción, la descontextualización
trabajaría siempre en analizar unos determinados enunciados orientados
al entendimiento en horizontes prácticos y pragmáticos de comunicación,
supuestos de una situación entre hablantes y comunicantes, remitente-destinatario,
emisor, receptor, productor, espectador, hablante, oyente, relación
intrínseca entre semiología, pragmática, filosofía del lenguaje
y comunicación orientada al entendimiento; en gramatología, nos
movemos más precisamente entre lengua y lenguaje, lenguaje y competencia,
lenguaje y aprendizaje, lenguaje y representación, lenguaje y referencia.
Lenguaje como Performance
Pero otra forma o aspecto
del lenguaje gozará también de cierta autonomía más allá incluso
de las antes mencionadas, e independientemente de que todas ellas
se relacionen. Esta autonomía es la que propongo y me refiero como
teoría del performance en todo lo que debemos decir sobre el lenguaje
mismo como performance. Además de la relación entre lenguaje y cuerpo
que discutía antes en el tópico sobre género y voz, tenemos en el
lenguaje relaciones entre espacio y tiempo, relaciones entre lenguaje
y orientación de nuestras actividades hacia fines, metas, propósitos
y objetivos. Tenemos también las relaciones entre lenguaje y experiencia
cotidiana, lenguaje y experiencia en general, lenguaje y memoria
de lo cotidiano, lenguaje y acervo. Dado que el pasado ya no es
y el futuro todavía no es, en ese presente que se extiende y se
distiende tenemos la relación entre el lenguaje y el presente, en
ese performance que es de por si la vida cotidiana, pues es obvio
que el lenguaje no es únicamente para tratar acerca del mundo o
de la realidad, sino también un modo de estar en el mundo y en la
realidad.
De esta manera, dado que
el mundo se nos presenta no únicamente como el horizonte temático
o el objeto de nuestras representaciones, vamos a tener lenguaje
también allí donde, en el presentarse de ese mundo como dado, el
lenguaje trabaja a través del lenguaje mismo como indicativo nominal
y deictical en ese mundo. Pero por otro lado, tenemos también que
en el estar en ese mundo, el lenguaje mismo, en tanto performance,
es indicado por espacio, por tiempo y por aquello que en una sucesión
de actividades relacionan nuestro performance en ese mundo ¿Cómo
podríamos movernos desde un punto hacia cualquier otro punto en
la libre combinación, si no es en el sentido de una cierta metafórica
que, por mediación de la teoría del performance y precisando los
modos en que indicando y siendo indicado por espacio y tiempo, el
lenguaje como performance nos trae toda la problemática que relaciona
los conceptos de performance, corte epistemológico y continuidad,
discontinuidad, reflexión y descontextualización, abstracción y
concreción, etc?
El concepto de una metafórica,
sin embargo, planteado así, discrepa de la idea de que las referencias
tanto a espacio como a tiempo tengan que transcurrir necesariamente
por representación y por lo que entendemos como metáfora simbólica,
está última no es únicamente un lanzamiento que se hace posible
desde ese otro espacio y ese otro tiempo que encuentran su inauguración
como cortes en el lenguaje mismo. Lo que entendemos cuando decimos
metáfora simbólica no es más que uno de los lanzamientos que tuvieron
lugar en el lenguaje. Quizá por eso los cohetes que son lanzados
hacia el espacio sideral desde el espacio atmosférico, nos parecen
metáforas.