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Martín Sastre - Sor Kitty. La monja misionera - 2001 |
Cómo
puedo luchar contra esas maléficas superproducciones Tal
vez esa sea la constante más evidente en la obra
de Martín Sastre: todo es posible, basta con desearlo
para que la realidad se amolde a tu propia ficción,
porque la construcción de la realidad misma está
en tus manos. Desde una pieza temprana como The E! True Hollywood Story (2000) Martín
Sastre se posicionaba en el centro de las representaciones
videográficas que le han convertido en uno de
los referentes imprescindibles del videoarte que
se produce en torno a Latinoamérica.
[1]
Ese situarse a sí mismo en
medio del relato, construyendo a partir de ahí
una escurridiza autorreferencialidad en la que
biografía y ficción terminan por confundirse,
introduce en las piezas de Sastre uno de los niveles
discursivos más interesante, al tiempo que irónico,
de su obra. La figura del artista se somete a
debate incesantemente, no ya desde la sacralidad
propia de las teorías sobre el autor, sino desde
estrategias de sentido en las que el sujeto artista
es carnavalizado por medio de una serie de apropiaciones
de atributos más cercanos a la cultura de masas. Las
anteriores son dos cuestiones recurrentes en la
obra de Martín Sastre: la condición periférica
en términos geopolíticos y la construcción de
la identidad del sujeto artista. A ambas trataremos
de aproximarnos. Cartografías imaginarias y deconstrucciones geopolíticas Decimos que Disneylandia no es el santuario
de la imaginación, Por
otra parte, tampoco renuncia a la revancha del
subalterno y en sus vídeos la historia es trastrocada
como en un cuento de hadas al revés. Observando
el mundo “a través del espejo”, empezamos a descubrir
una fuerza subversiva que se apodera de las imágenes
y hace desaparecer tras de ellas siglos de la
Historia de Occidente, que se nos devuelve recompuesta
en un orden caótico, fragmentario y rocambolesco.
Es a partir de ese “nuevo orden” que Martín Sastre
relata una peculiar historia del arte a través
de la que se explica el estado del arte actual
y del mundo más allá de los predios del arte –si
es que existe ese más allá. La
serie The Iberoamerican Trilogy es posiblemente el mejor exponente de esa
inversión de los mapas que se describe en la obra
de Sastre. En sus tres episodios, el artista trata
de recomponer una genealogía en la cual el espacio
iberoamericano y sus producciones simbólicas ocupan
el lugar del centro y adquieren por tanto un status
hegemónico, en un tiempo de resurrección del espíritu
latino espoleado durante siglos y escamoteado
a través de apropiaciones occidentales estereotipadas
y mitificadas desde la modernidad. Videoart, The Iberoamerican Legend (2002), la primera parte de la
saga, narra una historia que comienza en la apocalíptica
destrucción del mundo tras el colapso de Hollywood,
y cuenta como los artistas latinoamericanos, bajo
el liderazgo de otro artista llamado Martín Sastre
(alter ego, auto-representación o incurso mítico
–a esta distinción volveremos más adelante), salvaron
el planeta de su inminente fin por el “exceso
de hiperrealidad” propagada por los medios de
comunicación. En Montevideo, The Dark Side of the Pop (2004),
la segunda entrega de este conjunto de vídeos,
el relato se sitúa en el año 2092, y una adolescente
superdotada es enviada por el Centro Europeo de
Inteligencia a Montevideo, con el objetivo de
descubrir el secreto del éxito de Martín Sastre,
quien había encabezado la gran revuelta de las
periferias que dio al traste con la era de Hollywood
y Occidente a inicios del siglo XXI. Finalmente
la tercera parte de la trilogía, Bolivia
3, Confederation Next (2004), se ubica en
el año 2876 y cuenta el duelo acontecido entre
Martín Sastre y Matthew Barney por el control
de la ficción, después de lo cual se formó Bolivia,
una Confederación de Naciones
[3]
; el mundo ha cambiado, ya no
existe Estados Unidos, que dejó de tener el control
mundial tras perder el control de la ficción y
de la industria del entretenimiento a través de
la cual recodificaba y ponía en valor la realidad.
Construyendo
irónicas tramas fragmentadas que implican idas
y regresos en el tiempo, Sastre va hilando una
historia de la nueva era iberoamericana en que
todos los órdenes preconcebidos por el andamiaje
de los poderes heredados de un mundo colonial
son desarticulados y refractados. La historia
toma otro rumbo, e Iberoamérica es desplazada
desde los márgenes hasta quedar justo en una situación
dominante que instituye el valor de lo latino
como una emergente ontología, en apariencia más
apta y propicia a la gestión de la ficción dada
nuestra naturaleza histriónica y propensión al
drama; así como por el entrenamiento sostenido
en su consumo. Pero,
¿cómo llegó Latinoamérica a dominar el mundo?
Siendo más punzante todavía en su sátira en Videoart, The Iberoamerican Legend, Martín
Sastre propuso la solución para el mundo en crisis
al que entonces era el séptimo Secretario General
de las Naciones Unidas, Kofi Annan. Mediante un
mensaje anónimo le dio la clave sobre cómo restituir
los sueños de una humanidad ya sumida en el escepticismo
y la desolación: “Los sueños iberoamericanos son
más baratos”. Con ese criterio de rentabilidad
en un mundo sometido a las leyes del mercado,
el éxito latino estaba garantizado. Explotar el
mito latino, acercarlo a la actualidad como parte
esencial de la mitología contemporánea y con la
suficiente energía para desplazar otros mitos
consumidos a diario fue la estrategia para iniciar
la cruzada de redibujar los mapas. Si otros han
explotado el mito y sacado beneficio de él, por
qué sus protagonistas no pueden hacerlo. Para
ello, pasamos sobre anquilosados conceptos de
resistencia identitaria y de los cánones sobre
el ser latinoamericano, le traemos a este tiempo
post-postmoderno y le entronizamos. En
cualquier caso, la alusión a ese reparto económico
de los valores del arte en correspondencia con
su procedencia geográfica, pone el dedo sobre
la llaga en relación con la circulación de los
imaginarios y los capitales simbólicos en el mundo
globalizado de hoy. Al mismo tiempo, la solución
que sobreviene en el vídeo para reactivar la industria
del entretenimiento bajo el sello latino, la producción
de remakes
de los grandes clásicos de Hollywood, parece un
homenaje a una de las constantes que ha definido
la resistencia estética local frente al otro desde
los modernismos y las vanguardias latinoamericanas,
la apropiación en un gesto antropófago. Continuando
con el intento de poner a América Latina en el
foco de la mirada y designarle como espacio desde
donde se orquesta el concierto de la historia,
otros vídeos recientes de Martín Sastre añaden
pinceladas impregnadas de humor. En The Martin Sastre Foundation
(2003), el artista utiliza toda la parafernalia
de los recursos publicitarios para lanzar una
fundación con el objetivo de recaudar fondos y
financiar proyectos de artistas latinos según
un sistema de mecenazgo directo muy en boga en
las campañas humanitarias y solidarias de las
Organizaciones No Gubernamentales. En este caso,
es interesante la crítica que realiza el artista
al casi inexistente y absolutamente precario sistema
de financiación del campo del arte en los estados
latinoamericanos, especialmente en el ámbito de
la producción artística. A la vez, al trazar un
paralelismo entre la voluntad de proyectos solidarios
que bajo la figura jurídica de fundaciones desempeñan
una misión social, advierte sobre la marginación
de la cultura dentro de la planificación económica
y el gasto social, y de un sistema de reconocimiento
que trascienda el simple modelo basado en la existencia
de un mercado primario y secundario para el arte. En
Diana, The Rose Conspiracy (2005) se desvela el paradero de la princesa
Diana de Gales en un suburbio de Montevideo, tras
esconderse después de que se produjera el accidente
en que se creía había muerto. Dicho accidente
formaba parte de un plan de los “Arquitectos del
Nuevo Orden” por controlar los acontecimientos
del “mundo real” y con ellos la historia, impidiendo
con ese hecho la unión entre el mundo oriental
y occidental: “Había que eliminarla. Si una princesa
católica y anglosajona se hubiese casado con un
príncipe árabe y musulman, la guerra de Irak no
hubiese pasado. El mundo sería otro.” Mientras
que en Latins do it Better, Madonna Meets Sor Kitty
(2008), a través de un simpático juego paratextual
el artista traza un recorrido por los orígenes
latino y americano de Madonna. Revelando su capacidad
para mantenerse como un icono e hibridando con
desfachatez los términos latino y americano, se
arriba a una simple fórmula mediante la cual la
estrella de la música pop deviene en una artista
latino-americana. Comprobada la efectividad de
la fórmula, una vez más la burlesca operación de Sastre deconstruye los hechos para mostrar
la primacía latina y exacerbar el mito.
En
definitiva, la obra de Martín Sastre, las operaciones
de sentido y soluciones estéticas que en ella
se manifiestan, resultarían quizás un tipo de
venganza generacional que se está operando desde
algún rincón de la América del Sur. Millones de
latinoamericanos han aprehendido el lenguaje de
los medios de comunicación exportados desde el
norte, han construido sus propios imaginarios
a partir de las referencias que se les han inoculado
a través de la MTV, las telenovelas, las superproducciones
de Hollywood o la representación de la realidad
que les llega a través de las pantallas. Como
buen aprendiz, Sastre ha emulado a sus maestros
y ha digerido su lengua. Ahora quiere devolverles
la lección y reclamar el lugar que le corresponde
tras tantos años alimentando las cifras de las
audiencias y sus sueños particulares. Es hora
de estar al otro lado de la cámara, del lado contrario
de la pantalla. ¿Si
el arte contemporáneo se apartara de su lecho
aurático por un instante y se apropiara de los
lenguajes de las masas, sería más efectivo su
potencial político? ¿Cómo influiría ese cambio
en el futuro de América Latina? Yo artista De
la problemática periférica entramos directamente
a la condición subalterna del sujeto artista latinoamericano,
encontramos las dificultades que su obra enfrenta
para circular en los centros hegemónicos y colar
a hurtadillas un discurso de resistencia bajo
la apariencia seductora de una máscara. En el
caso de Sastre ese antifaz copia la imagen del
Otro, se apropia de los estereotipos bajo los
cuales la “cultura dominante” ha identificado
las producciones del colonizado, y con todo ello
perfila los atributos de un nuevo sujeto, el sujeto
de la “Era Iberoamericana”. En la obra de Martín
Sastre el debate sobre América Latina y sobre
el artista latinoamericano, necesariamente adquiere
una connotación política. Sin embargo, la forma
desenfedada y el esteticismo multimedia de sus
piezas restan gravedad a los términos bajo los
que se enuncia un discurso subversivo, e instrumentalizan
una transformación imaginativa de la realidad
política. De ahí que cuando se plantea el futuro
de América Latina se apele a la grandilocuencia
de un relato épico en el que el artista deviene
héroe. La
construcción de la imagen del artista en tanto
héroe en la obra de Sastre, es el resultado de
un cuidadoso tejido narrativo en el que los detalles
de la ficción son hilvanados con elementos autobiográficos.
De ahí surge una trama surrealista llena de absurdos,
que alimenta el carácter hiperbólico del mito
del artista como salvador, predestinado o genio.
Al tiempo que la continua toma de anécdotas de
la biografía de Sastre y los acontecimientos históricos
de la “realidad” en los años 80, 90 y 2000, dotan
el relato de una credibilidad que por una parte
acentúa la ironía de la representación, mientras
por otra aguzan la sospecha sobre la veracidad
de esos hechos. Repasemos
la estructura del mito según The
Iberomaerican Trilogy, esa especie de leyenda
a través de la que un omnipresente Martín Sastre,
como Walt Disney resucitado de su muerte criogénica,
nos cuenta la entretenida historia del videoarte
iberoamericano; y al unísono accedemos al relato
sobre el nacimiento, la vida y la resurrección
del héroe. En el primer episodio de la trilogía,
un adolescente de Montevideo –suerte de Olimpo
del vídeo, morada del salvador–, encarnado por
el propio Martín Sastre, es visitado en sus sueños
por Sor Kitty, quien le ilumina en un acto de
anunciación para guiarle en su futuro como elegido.
La misión, ir a Europa e iniciar la epopeya del
vídeo iberoamericano hasta lograr la victoria
salvando al mundo del colapso de la fábrica de
sueños hollywoodense y en definitiva de la caída
de las ilusiones de la humanidad. De manera que
el mito no podía nacer en otro lugar que no fuese
Montevideo, pareciera que la “realidad” se acomoda
azarosamente y la propia biografía del artista
uruguayo es un potencial recurso para reacomodar
el puzzle de la ficción a esta sugerente historia
de la cruzada del vídeo iberoamericano. Esta condición
geográfica que marca el origen del mito es recuperada
en la segunda parte de la trilogía, cuando la
base argumental del vídeo gira en torno a la búsqueda
del secreto de Martín Sastre, el caudillo de la
aventura de emancipación del vídeo iberoamericano,
en su ciudad natal. Obviamente
las propuestas narrativas de Martín Sastre que
abordan su propia figura, otra vez muestran una
relación vinculante entre ficción y realidad.
Cuando Sastre se introduce como referente en la
trama de sus vídeos, también está llamando la
atención sobre las problemáticas del campo del
arte contemporáneo y la posición del artista o
productor en el mismo. Su condición emergente
en un contexto periférico, la voluntad de trabajar
en un medio que demanda el seguimiento de los
desarrollos tecnológicos y por ende un sistema
de financiación y producción, las dificultades
de acceso a un espacio de circulación de la obra
que trascienda el perímetro de los márgenes. Pero
él reconoce que la reivindicación de su figura
como artista debe acoplarse a este tiempo y dar
al traste con un modelo de autor basado en una
tradición humanista y modernista. De algún modo
la representación que se puede seguir en su obra
sobre el boceto de un artista, sus atributos y
cualidades, parecen nacer de una cínica interpretación
de lo que Donald Kuspit denomina “el artista suficientemente
bueno” y que pone en precario los modelos vanguardistas
de “artista personalista” o “artista reeducador”
también descritos por Kuspit.
[4]
Si
bien en la obra de Martín Sastre no se renuncia
a una épica en la que el artista deviene héroe,
el estoicismo de su misión no implica el sacrificio
o la inmolación a través del acto creativo; sino
una capacidad innata para aprovechar las oportunidades
y hacer uso del marketing como fórmula de acceso
al mercado y el éxito, y por ende a la consecución
de su meta: en este caso salvar al mundo mediante
la invención de la historia del vídeo iberoamericano
y su cruzada para restituir la capacidad de soñar
de los humanos. El artista como héroe pop de este
tiempo es entonces un sujeto que encarna los ideales
y valores que le convierten en un ciudadano global.
Sus virtudes se trazan paralelamente a la capacidad
para seguir modas y dictar tendencias, para moverse
sorteando fronteras y hablando una lengua internacional
que le posibilita desplazamientos con absoluta
habilidad, deslocalizándose en medio de los no
lugares y mimetizándose camaleónicamente según
las circunstancias. Un héroe que representa esa
distancia justa entre el ciudadano que se asoma
al teatro del mundo desde el salón de su casa,
sentado delante de la pantalla del televisor,
y la “estrella de éxito” –en la que se consuman
las cualidades de vanidad y banalidad– que aparece
en la pantalla y encarna al “famoso”, mitificación
heroica por excelencia en la sociedad del espectáculo. Desde
una obra temprana del año 2000 como The
E! True Hollywood Store, Martín Sastre apuntaba
en tono de falso documental la atormentada historia
de su vida, un enfant
terrible que se hizo a sí mismo. Con todo
el andamiaje de la prensa sensacionalista, Sastre
cuenta el ascenso y caída de un mito artístico,
el de sí mismo, simulacro de hombre de éxito e
ídolo de masas. En The
Martín Sastre Foundation, por otra parte,
se convierte en el salvador de los artistas superpobres
latinoamericanos, desplegando una estrategia de
mercadotecnia para convertirse en mecenas de miles
de proyectos que de otro modo, sin su ayuda, nunca
llegarían a concretarse. Unas veces como celebridad
e ídolo de masas, otras como empresario notorio,
como artista revelación o famoso, Martín Sastre
ha dado la vuelta al carácter aurático y sacro
del arte. Él ha tocado con su varita mágica los
conceptos ligados a la figura del sujeto creador,
deconstruyendo todos los axiomas que desde el
estado preautónomo del arte o pasando por las
nociones de autonomía han suscrito las funciones
del artista. Ha renunciado a la originalidad,
por eso el mundo es salvado a través de remakes
latinos y de bajo presupuesto de los clásicos
de Hollywood; parte de su éxito lo ha alcanzado
invocando el espíritu de Damien
Hirst, Sarah Lucas o Kara Walker en una danza
ritual (Montevideo, The Dark Side of the Pop), una experiencia mística para conseguir un estilo o su pastiche a través
de la pose y la firma de otros artistas en el
mainstream. El artista contemporáneo es un icono del mundo global,
un héroe internacional resultado de un mundo de
aeropuertos, Internet, bienales, ferias y mercados. Mientras
en esferas extra-artísticas de la sociedad una
observación generalizada aceptaría la expansión
de las fronteras, en el campo del arte contemporáneo
se perciben permanentes dinámicas de implosión
que contraen los márgenes y un celo constante
frente a la posible disolución de esos límites.
En el trabajo de Sastre, ello quizás esté relacionado
con el ejercicio dentro de géneros y formatos
que trascienden las producciones destinadas en
primera instancia al museo o la galería, tales
como el videoclip (Lo
que siento por ti del grupo Miranda!, La
mano en el fuego de Fangoria), vídeos promocionales
de firmas de moda, etc. Sin embargo, lo que más
me interesa de esta ruptura de los marcos de la
Institución Arte y su sistema de circulación y
legitimación tradicional, es la asunción de formas
de reconocimiento o “adoración” más democráticas,
que trasponen el pequeño círculo axiológico de
las artes visuales y adoptan la identidad de un
club de fans, por ejemplo, como es el caso de
Las testigas de Martín Sastre. Modos de
relación con el icono que se amplifican además
a través de las nuevas plataformas de distribución
de la información y producción del conocimiento. Las testigas… y la relación que supone con el artista, señala un terreno
movedizo entre el ámbito privado y público en
relación con la obra y la vida del creador, más
afín a la mitificación de personalidades provenientes
de otros circuitos de la industria cultural o
la política en tanto personajes públicos. En la
obra de Sastre, donde ya de por sí la ficción
biográfica introduce una realidad paralela que
apenas se distingue de la vida misma en muchas
ocasiones, esta inusitada forma de culto y de
idolatría alimenta el mito del artista, acortando
las distancias entre el ídolo y nosotros y transfigurándolo
en héroe de masas.
[1]
Al respecto es menester señalar que la historiografía
del vídeo uruguayo reconoce a Martín Sastre
como parte de una generación que en esta década
abrió una nueva etapa dentro de la producción
de vídeo en ese país. En ese sentido, el artista
y Coordinador del Departamento de Vídeo del Museo Nacional de Artes Visuales
de Uruguay, Enrique
Aguerre, menciona como un hito la exposición
Invisible
:) en el Centro Cultural de España en Montevideo
(2000). Exposición comisariada por Fernando
López Lage y en la que participara Sastre junto
a algunos de sus compañeros e integrantes del
colectivo Movimiento
Sexy (Julia Castagno, Paula Delgado, Daniel
Umpiérrez y Federico Aguirre). Véase Enrique
Aguerre: “La condición vídeo 2.0 (25 años de videoarte
en el Uruguay)”,
Video en Latinoamérica. Una historia crítica, Laura Baigorri (ed.): Brumaria, No.10, AECID, Madrid, 2008. http://videoarde.org/pdf/aguerre.pdf
[2]
Al respecto me resulta curiosa –y común– una anécdota
del momento en que conocí a Martín Sastre coincidiendo
con mi primer viaje fuera de Cuba, como parte
de una beca en España donde compartí con artistas
y comisarios latinoamericanos. Con un marco
referencial limitado proviniendo de la isla,
para mí resultaba sintomático de un espíritu
generacional (todos los participantes eran menores
de 35 años –ya conocemos esa usual y absurda
nomenclatura de exclusiones del sistema de becas
y premios artísticos) y local, la comunión de
experiencias mediáticas que tenía gente proveniente
de países como México, Venezuela, Perú, Uruguay
o Argentina. Obviamente las diferencias no eran
ya las que cantaba Carlos Varela en Memorias
sino la MTV, Cartoon
Network, etc.
[3]
Curioso guiño al pensamiento político e intelectual
latinoamericano que se extiende desde los siglos
XVIII y XIX sobre la unidad de América como
una única nación: la Patria Grande de Simón
Bolívar, Nuestra América en José Martí. Las
luchas de independencia regionales que traspasaron
las fronteras nacionales encabezadas por Francisco de Miranda y su noción de Continente Colombiano
relativo a América Meridional, la Unión Americana
de José de San Martín, la confederación y la
unidad americana en José Artigas, Francisco
Morazán y su idea de unidad centroamericana
esbozada en la República Federal de Centroamérica
que presidió entre 1830 y 1839. En los planteamientos
de Francisco Bilbao sobre la Iniciativa de la
América del Sur, en el Manifiesto de Felipe
Varela a los Pueblos Americanos, en el pensamiento
volcado hacia la unidad de la América Continental
y el Caribe del “Ciudadano de América” Eugenio
María Hostos, en Ramón Betances y su visión
de la Confederación Antillana, en la fundación
de la Asociación Latinoamericana y en el ensayo
El porvenir de la América Española de la
mano de Manuel Ugarte, en el Ariel
de José Enrique Rodó, en la “nacionalidad continental”
de José Ingenieros, entre otros muchos ejemplos.
Más sospechoso en tanto guiño resulta esta alusión
en la obra de Martín Sastre en el contexto actual
latinoamericano, donde los movimientos populistas
recuperan de manera efervescente estos ideales
utópicos sobre la unidad latinoamericana y repercuten
en la formación de iniciativas como el ALBA
(Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América) impulsada por Hugo Chávez y el concepto
de lo “grannacional”.
[4]
Véase Donald Kuspit: “El artista suficientemente bueno: más
allá del artista de vanguardia”, Creación, Instituto de Estética y Teoría de las Artes, Madrid, No. 5, Mayo,
1992, pp. 36-46.
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