Esta autora de la fotografía contemporánea en Costa Rica, Karla Solano,[1] (cosecha importantes frutos desde que la vimos dar sus pasos iniciales en muestras del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) –a mediados de los años noventas del siglo anterior. Su nombre y obra apareció en libros como Espíritu de una Colección (1996), con sus fotomontajes Yo soy Tu (1995) y Andar la Vida (1995), o en la muestra El cuerpo En/De La Fotografía (1998), curada por Dermis Pérez, RossinaCazali y Luis Fernando Quirós. En esos mismos años fue parte del proyecto de ese museo, curado por Virginia Pérez-Ratton y Rolando Castellón, Mesótica II: Centroamérica re-generación que circuló con éxito en varias ciudades europeas: Madrid, París, Roma, Turín, Ámsterdam. Desde esos estados liminares Karla Solano identificó su mismidad, el ideario de sus sujetos y objetos artísticos fueron siempre ella, mostró sus intimidades, la belleza que no se aprecia en una simple mirada en tanto eran y aún son territorios recubiertos por los tabúes sociales y culturales; al contrario, ella se congració con estos gestos internos y los mostró a los espectadores como un signo de posicionamiento del carácter que hasta la fecha mantiene con fuerza y contundencia.
Al apreciar sus proyectos fotográficos más recientes, y tratar de sumirnos en su profunda (in)sustancialidad –tal y como ella misma lo plantea–, activa la interrogante sobre el significado de una experiencia de naturaleza metafórica entre el cuerpo y el espacio arquitectónico. Tal vez en sus propuestas de los noventas ya marcaba un territorio delante de sus objetos fragmentados y recompuestos en una secuencia (i)lógica, abriendo una enorme interrogante que nos confrontaba a pensar. Ahora, a partir de los dos mil, conjuga en sus instalaciones la dimensión arquitectónica, juega con la dura materia con que construye y recibe la imagen fotográfica de su desnudez. Quizás ese es su principal talento y acicate, Karla expresa que “su búsqueda está dirigida a convertir esos espacios utilitarios, pero a la vez rígidos –como la arquitectura–, para volverlos una forma orgánica, humana, dentro de la cual el espectador pueda entrar a vivenciarlos conformando su componente activa”.[2]
Además, el espacio experimenta dicha metáfora del cuerpo, pues al ser el suyo propio, nos cuestiona a entablar una reflexión sobre qué nos plantea la fotografía e implica lo construido, lo establecido, con todo los matices de significado que puedan tener. Añade que sí, es su cuerpo porque son sus inquietudes…“pero al estar expuestas interviniendo el entorno público –agrega Karla–, pueden ser las de otros y a partir de ese insumo generar pensamiento u motivarnos a tomar una postura personal delante de mi trabajo”. De esta premisa vienen a mi mente el referente expuesto ahí mismo en la Sala 4 del MADC: El Alma del Pintor (1997), instalación del español Bernardí Roig.
La gran caverna
Se dice que los individuos andamos buscando vivenciar el acto de volver a penetrar en el gran útero, el materno, la caverna o el vientre terrestre,vínculo protector que todo lo da y donde nos abastece la energía del amor, y ahí crecemos preparándonos para existir con independencia y externando los rasgos propios de la personalidad de cada quien. Yo me pregunto si tiene que ver este aspecto de la sicología humana con la aguda propuesta fotográfica de Karla Solano, a lo cual ella responde que definitivamente, en varias de esas obras donde ella se coloca en posición fetal –la forma más segura de estar en conexión con lo existencial y/o natural, recordando esa sumersión en la que no teníamos hambre, frío ni calor… refugio ideal para librarnos de las contingencias de la realidad–, es que sustenta el sentido metafórico de sus intervenciones en lo construido, a la horma arquitectónica la cual también reinterpreta, para que el observador active su potencial de evocación y cargue de fuerza propia a su lectura.
Insistiendo sobre este aspecto vivencial del estar en el vientre y las contingencias que representa el parto en la vida de todas y todos –tanto de la madre como del recién nacido–, le pregunté ¿qué percepción brinda el espacio cerrado para entablar comunicación con el espectador? A lo que contesta: “realizo proyectos en lugares cerrados: salas de museos, edificios institucionales, y me gusta, en tanto provocan sensaciones fuertes en el espectador, pero prefiero las intervenciones en sitios públicos y abiertos, para tener mayor exposición”.
Retornos
Como detenido ante la inconmensurabilidad de mar, observando el ir y venir de los oleajes costeros –imagen que me ciñe el recuerdo de Tomas el Oscuro de Maurice Blanchot–, ahora vuelvo a preguntar lo mismo que preguntaba en los años ochentas del siglo pasado, cuando dirigí la revista Módulo de Diseño Industrial, publicada por la escuela pionera del Diseño Industrial en América Central, del Instituto Tecnológico de Costa Rica, cuando sostuve encuentros con arquitectos, diseñadores y artistas contemporáneos investigando sobre la naturaleza del proyecto creativo. Preguntar, en este caso: ¿Cómo nace cada fotografía o instalación de Karla Solano?, ¿cuáles son sus activadores emocionales?, ¿cómo los distingue?, o ¿dónde los encuentra?
“Nacen de vivencias personales –responde ella–, en realidad no las busco, solo suceden”. Karla habla de actitudes ante la feminidad, la vida, la muerte, el amor y el desamor, temas recurrentes en su trabajo, por lo tanto en su experiencia creativa y su vida como persona sensible que vivencia quizás pasar noches en vela reflexionando sobre aquello que desea proyectar. Se trata de la acción de quien busca que el espectador comprenda y empodere como sujeto de pensamiento al bordear todas las situaciones posibles de la realidad artística. Ante esas situaciones de vela existencial, en la larga noche del alma cuando se aligera la arritmia por tanta colisión de ideas y los brebajes son insuficientes para reposar el cuerpo, no se puede dejar nada suelto al espectador, a pesar de que se pretenda que la experiencia fluya en libertad, y que éste la reconstruya para sí y pueda clarificar su propia reinterpretación.
El lenguaje
La estética del cuerpo, el goce pleno de la sensualidad humana, el uso de signos como la curva y contra-curva abierta, son componentes del lenguaje, ¿cómo edificar el concepto activando esos elementos? Karla “utiliza su cuerpo por ser cercano, cambiante y frágil, no por su estética ni sensualidad; sin embargo, el espectador, en la libertad de interpretar, puede tener esas lecturas sobre su trabajo, si así lo desea leer”.
No se puede dejar de mencionar –en estos aspectos que atañen al lenguaje–, lo que aporta el territorio donde ejerce su influencia, considerando los materiales cercanos o posibles de dicho sitio y la lectura que se hace de lo circundante, lo que nos permite movernos y vivenciar el entramado social y cultural donde se ubica y que cultiva en su ideario el artista: edificios, barrios, plazas, ciudad; pero sobre todo, se activa la capacidad de evocar, pues esos conjuntos son observados de una manera distinta en nuestra imagen retiniana –y así, en cada uno de los espectadores–, reelaborado dentro del lenguaje de lo propio. Es cuando se logra excitar las emociones evocando lo aprendido y vivido del lenguaje, eso también nos empodera, a mí, a ti, a él, ella, a todos quienes posamos la mirada en una obra de arte como la que cultiva esta artista.
Introspección
En esta conversación con Karla Solano y su posterior ensayo, evoco varias de sus propuestas cuando se expresa con su cuerpo, y como he dicho, la relación entre el espacio interior o exterior, pero sobre todo me interesa el paso, los momentos de vivenciar la fuerza de esos bordes. Me intriga conocer su criterio de cuándo actúa la artista, quién pretende provocarnos a través de la expresión, y quién exacerba el disenso sobre las relaciones humanas, sociales, culturales, y otras conexiones tan presentes en la actualidad; ¿cómo conjuga esas posturas, ese sentir y las emociones para regenerar el interés en la fotografía?¿Cómo intrinca con el espectador para que éste siga el hilo de su pensamiento crítico, signos vertidos en el espacio público o privado, externo o interno –o, como se dijo, tránsitos entre el adentro y el afuera?
“Creo que todo inicia con una introspección, un trabajo muy íntimo, personal, y una vez expresado este encaje que fortalece la idea del proyecto, encuentro relaciones con esa sociedad, descubro conexiones inconscientes que hablan de una realidad y cuestionan nuestras conductas respecto ala existencia humana”, concluye Karla.
“Del lado del corazón”
Con la obra Cuerpo Geométrico que recién se realizó en Teruel (España) en un espacio abierto, agrega esta artista fotógrafa: “una vez realizado el boceto descubro que el espectador penetra en el cuerpo por el pecho, del lado del corazón, lo que convierte a ese cubo gigante –de cuatro por seis metros– en un cuerpo vulnerable, transparente y frágil, haciéndolo una metáfora de este cuerpo y que todo quien ingrese forme parte”.
La propuesta estimula la conexión emotiva, quizás el componente materno-filial de la artista al concebir la idea, que influencia el lado afectivo del espectador cuando ingresa a cargarse de una vitalidad amedrentada por el diario existir en esta urbe tan instigadora y discordante en la cual nos toca vivir, en su más amplia definición, el “hoy”, genera el interés de la pieza.
Afectar o instigar, motivar a entrar, salir, o detenerse ante la “gran caverna del mundo” –como definí la experiencia en un principio de este texto–, y al ingresar, el espectador quizás enmudecido por las incertidumbres del tiempo, se enfrenta a una puerta más: advertirá el desafío de proseguir, de ir o venir ante lo desconocido, cuando al transitar entre esos umbrales, puede que tenga ante sí la gran muralla del ciclón: la vida con sus vicisitudes y desafíos intrínsecos, y sentir quizás desfallecer, pues las fuerzas humanas flaquean ante tal enormidad por diminutas e insuficientes. Es cuando no se sabe qué. En situación similar, evoco la imagen de un poema del hermetista italiano Salvatore Quasimodo que intento traducir: “Estoy clavado al centro de la tierra por un rayo de sol, y de repente se hizo de noche”. Cuando quedamos en libertad, muchos nos perdemos sin saber el rumbo a tomar. Quedamos desguarnecidos ante la intemperie, sin estrategias, pues estábamos conformes con aquel rayo que nos mantenía en total indefensión, pero al caer la noche, el rayo desapareció y llegó la ansiada libertad. Uno se revuelca y enturbia aún más las aguas de la interpretación en el río del arte, aguas que perdieron transparencia al consumirnos desesperadamente, y se nos impide apreciar la riqueza de sus fondos. Son momentos para recurrir a las estrategias de “remontar”, como también expresa aquella hermosa canción de los años setentas del siglo pasado, del grupo The Doors, quienes cantaban al acto de cómo conducirnos sobre la furia de la tormenta; referencia a una de las “Siete Leyes del Caos”: el efecto vórtice que es calificado por sus teóricos –Brigs y Peat–,[3] como poderosos eventos de extremas posibilidades creativas.
Para terminar, quisiera recordar que Karla Solano –ya en absoluta madurez de su obra, aunque aún de una joven carrera–, fue distinguida en el 2010 con el Premio Nacional Aquileo Echeverría, galardón que resalta la mejor exposición del año en el ámbito costarricense, en este caso, realizada en la gran Sala 1del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo.
Ante este acercamiento de tan intensos argumentos sobre el trabajo de esta artista, huelga decir que así es la fotografía contemporánea, ya no solo informa o documenta la realidad como en otros tiempos de su historia, sino que en tanto es signo del hoy –en su máxima expresión–, cuestiona, nos clava la espinita de la duda y sume una vez más en aquella larga noche en vela cuando el o la artista carga el significado de la idea, acota el epicentro donde el espectador aporta su interpretación y emerge afectado por lo ignoto de esa paradoja.